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lunes, 4 de marzo de 2013

Cuando la Inquisición sentó a Leonardo Boff en la silla de Giordano Bruno y Galileo Martín Granovsky

“No estoy jugando con metáforas”
Durante el debate sobre el futuro de la Iglesia, el teólogo brasileño Leonardo Boff recordó que Ratzinger lo sentó en el mismo lugar que a los juzgados por la Inquisición. Página/12 le preguntó si su relato era literal. Una historia que cruza toda la transformación del Vaticano en una poderosa monarquía absoluta.
Por Martín Granovsky @
Esperó recién hasta 1992 para dejar los hábitos de monje franciscano y abandonar el monasterio donde vivía. A esa altura ya había atravesado una experiencia impactante: el 7 de septiembre de 1984, el jefe de la antigua Inquisición, hoy llamada Congregación para la Doctrina de la Fe, lo sentó en la misma sillita que ocuparon el teólogo Giordano Bruno y el astrónomo Galileo Galilei. El inquisidor era el cardenal Joseph Ratzinger, entonces mano derecha doctrinaria de Juan Pablo II y él mismo Papa desde 2005, hasta el jueves. El interrogado era el brasileño Leonardo Boff.
Boff no fue quemado vivo como Giordano ni debió pedir perdón por la fuerza como Galileo. Pero en 1985 Ratzinger lo condenó al silencio y desde entonces las jerarquías eclesiásticas le dificultaron cada vez más la chance de expresar sus ideas con libertad. Después de Iglesia, carisma y poder, el libro que lo llevó ante Ratzinger, cada nuevo trabajo encontraba obstáculos para su publicación en editoriales o revistas obligadas a pedir permiso a las autoridades de la Iglesia católica.
En los últimos días, durante el debate sobre el futuro de la Iglesia por el cimbronazo de un papa que se va, Boff recordó en su blog (al que se accede tecleando leonardoboff.com) que fue “sentado en la sillita de Giordano y Galileo”.
Leer esa frase abría la perplejidad. ¿Fue, realmente, la misma silla? ¿Era posible que el mensaje de la Santa Sede para demostrar autoridad fuese transmitido con una nitidez tan cruda?
Página/12 se lo preguntó a Boff.
Esta fue su respuesta, enviada por mail: “Fui juzgado en el edificio que queda a la izquierda de la gran plaza para quien va en dirección de la basílica (de San Pedro). Hace siglos que es sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ex Santo Oficio y ex Inquisición. Es un edificio grande, oscuro, como unos tres pisos o más. Tuve un proceso doctrinario con todos los requisitos jurídicos. Me senté donde todos los juzgados por la Inquisición fueron juzgados. Ahí se sentaron Galileo Galilei, Giordano Bruno y otros. No estoy jugando con metáforas sino con la realidad”.
Inquisidor y condenado se conocían bien. El teólogo brasileño nacido en 1938 había estudiado en Munich y Ratzinger, entonces un sacerdote de mente abierta, era conferencista.
Quizá por eso o por simple pudor –cuesta creerlo, pero en el mundo hay gente que vive sin mirarse el ombligo– Boff jamás dejó de criticar a Benedicto XVI por sus ideas y sus actos, pero no se encarnizó en términos personales. Y una vez, hace tres años, hasta llegó a ser profético.
Boff habló con Istoé el 28 de mayo de 2010, según puede leerse en este link: http://bit.ly/b8MQBZ. Dijo: “El Papa, para su bien y el de la Iglesia, debería renunciar. Debemos ejercer la compasión. Es un hombre enfermo, viejo, con achaques propios de la edad y con dificultades para la administración, porque es más profesor que pastor. Por ese motivo haría bien en irse a un convento a rezar su misa en latín, cantar su canto gregoriano que tanto aprecia, rezar por la humanidad que sufre, especialmente por las víctimas de la pedofilia, y prepararse para el gran encuentro con el Señor de la Iglesia y de la historia. Y pedir misericordia divina”.
Los dos años y nueve meses que pasaron entre la opinión de Boff y el helicóptero de Ratzinger son un lapso corto para los ritmos vaticanos. Lo cierto es que tras ese tiempo Ratzinger se convirtió en Papa emérito y muy pronto predicará en un convento.
Giordano y Galileo
Campo de’Fiori es la única gran plaza de Roma sin iglesia. A veinte cuadras del Vaticano y muy cerca de Piazza Navona, por la mañana funciona un mercado. Señoras vestidas de negro que parecen recién llegadas del campo venden fruta, pasta seca y verduras. Bro-ccoli romano, de color verde claro y olor suave, o broccoli siciliano, el oscuro y más fuerte, que se come aquí. Por la tarde, las pizzerías y los restaurantes de los bordes se llenan y en lugar de matronas están los turistas de veintipocos que comen penne rigate y, sobre todo, beben cerveza como si fuera la última vez.
Las señoras de la mañana y los chicos de la tarde viven su vida ajenos a la estatua que está sobre el adoquinado de Campo de’Fiori. Muestra a un monje alto y ligeramente encorvado. El escultor Etore Ferrari le puso un rostro con gesto decidido y logró que los pliegues de la sotana parezcan seguir moviéndose. Debajo, una frase en italiano: “A Bruno – Secolo da lui divinato, qui dove il rogo arse”. En español sería así: “El siglo que él adivinó (está) aquí, donde el fuego ardía”.
En 1600, el napolitano de 52 años que había sido monje dominico fue quemado por orden de la Santa y General Inquisición en el mismo sitio donde hoy está la estatua. Lo quemaron vivo por hereje. “Tembláis más vosotros al anunciar esta sentencia que yo al recibirla”, dijo en su alegato antes de morir. Entre otras ideas sostuvo la centralidad del sol, igual que Copérnico, y desafió la centralidad del papa. Jamás en los 413 años desde su ejecución la jerarquía de la Iglesia pidió perdón o volvió a incluirlo de alguna manera en su seno.
La instalación de la estatua fue en sí misma una gran batalla en el siglo XIX. Promovido por personalidades de toda Europa, desde Victor Hugo a Mijail Bakunin, el homenaje a Bruno solo se plasmó en el monumento de Campo
de’Fiori en junio de 1889. Y el papa de entonces, León XIII, incluso amenazó con alejarse ostensiblemente de Roma ese día. Solo se abstuvo de hacerlo cuando el gobierno italiano le advirtió que si dejaba la ciudad sería mejor que no volviera.
Trescientos años antes de esa polémica, en la Inquisición el juicio fue conducido personalmente por el cardenal Roberto Belarmino, el mismo que obligó a Galileo Galilei a retractarse del heliocentrismo en 1616 para no terminar torturado e incinerado como Bruno.
El pontífice, sumo
Belarmino no era un simple jefe de torturadores sino un teórico fino y un sutil funcionario de la Santa Sede. En su Tratado sobre la potestad de los sumos pontífices en los asuntos temporales, de 1610, dijo que el papa puede oponerse a quien políticamente pueda poner en peligro a la Cristiandad. En medio de la crisis de la Iglesia y el nacimiento de la Reforma protestante, Belarmino actualizó así la doctrina del papa Gregorio VII, que en 1075 dio el gran giro en la construcción de la Iglesia como monarquía absoluta cuando estableció que al pontífice “le es lícito deponer a los emperadores”, que tiene el derecho exclusivo de deponer o reponer obispos y que “puede eximir a los súbditos de la fidelidad hacia los príncipes inicuos”.
El investigador Jean Touchard escribió en su libro clásico, Historia de las ideas políticas”, que “el movimiento iniciado por Gregorio VII es irreversible”. Y explicó: “La centralización romana y la refundación administrativa (con la organización de la Curia, que es su principal elemento) harán del obispo de Roma el Soberano Pontífice, dignidad u autoridad que los papas de los siglos precedentes no consiguieron nunca asegurar de forma duradera”.
Luego de que Boff se sentó por última vez en la silla de Giordano y Galileo, la Congregación para la Doctrina de la Fe siguió trabajando, hasta que un año después le pidió silencio.
En la web está la notificación de los inquisidores a Boff. Puede consultarse en este link: http://bit.ly/YEk3j0.
Vale la pena el esfuerzo de leer enteros algunos párrafos, donde una visión teológica aparece como un modo de respaldar la construcción del poder supremo del Vaticano desde Gregorio VII y Belarmino hasta el último período de Juan Pablo II (papa con Ratzinger de inquisidor) y Benedicto XVI. Boff, al contrario, habría cometido el pecado de caer en “una concepción relativizante de la Iglesia” a partir de “las críticas radicales dirigidas a la estructura jerárquica de la Iglesia Católica”. Los párrafos:
n “La única fe del Evangelio crea y edifica, a través de los siglos, la Iglesia Católica, que permanece una en la diversidad de los tiempos y la diferencia de las situaciones propias en las múltiples Iglesias particulares.”
n “La Iglesia universal se realiza y vive en las Iglesias particulares y éstas son Iglesia, permaneciendo precisamente como expresiones y actualizaciones de la Iglesia universal en un determinado tiempo y lugar. Así, con el crecimiento y progreso de las Iglesias particulares crece y progresa la Iglesia universal; mientras que con la atenuación de la unidad disminuiría y haría decaer también la Iglesia particular.”
n “Por esto la verdadera reflexión teológica nunca debe contentarse sólo con interpretar y animar la realidad de una Iglesia particular, sino que debe más bien tratar de penetrar los contenidos del sagrado depósito de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia y auténticamente interpretado por el Magisterio.”
n “La praxis y las experiencias, que surgen siempre de una situación histórica determinada y limitada, ayudan al teólogo y le obligan a hacer accesible el Evangelio a su tiempo. Sin embargo, la praxis no sustituye a la verdad ni la produce, sino que está al servicio de la verdad que nos ha entregado el Señor.”
n “L. Boff se sitúa, según sus palabras, dentro de una orientación en la que se afirma ‘que la Iglesia como institución no estaba en el pensamiento del Jesús histórico, sino que surgió como evolución posterior a la resurrección, especialmente con el progresivo proceso de desescatologización’
(p. 129). Por consiguiente, la jerarquía es para él ‘un resultado de la terrena necesidad de institucionalizarse’, ‘una mundanización’ al ‘estilo romano y feudal’ (p. 70). De aquí se deriva la necesidad de un ‘cambio permanente de la Iglesia’ (p. 112); hoy debe surgir una ‘Iglesia nueva’ (p. 110 y passim), que será ‘una nueva encarnación de las instituciones eclesiales en la sociedad, cuyo poder será simple función de servicio’ (p. 111).”
n “No cabe duda de que el Pueblo de Dios participa en la misión profética de Cristo (cf. LG 12); Cristo realiza su misión profética no sólo por medio de la jerarquía, sino también por medio de los laicos (cf. LG 35). Pero es igualmente claro que la denuncia profética en la Iglesia, para ser legítima, debe estar siempre al servicio de la edificación de la Iglesia misma. No sólo debe aceptar la jerarquía y las instituciones, sino también cooperar positivamente a la consolidación de su comunión interna; además, el criterio supremo para juzgar no sólo su ejercicio ordenado, sino también su autenticidad, pertenece a la jerarquía (cf. LG 12).”
LG es Lumen Gentium, Luz de los Pueblos, una de las constituciones emanadas del Concilio Vaticano II, que sesionó entre 1962 y 1965 y actualizó la Iglesia. Ratzinger fue uno de sus secretarios. Boff enlazó el Concilio con la Teología de la Liberación, que en los años ’60 abrazaron muchos sacerdotes, religiosos y laicos en el mundo y en América latina.
Según consta en la notificación de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en la sesión de 1984 con Boff Ratzinger fue asistido como actuario por un argentino, Jorge Mejía. Mejía había sido director de la revista católica argentina Criterio.
La era del hielo
En 1992, cuando dejó los hábitos porque sintió que estaba chocando, en sus palabras, “contra una muralla”, Boff dijo que “la forma actual de organización de la Iglesia (que no siempre fue la misma en la historia) crea y reproduce desigualdades”.
Cuando la Congregación lo citó, Boff buscó y obtuvo la cobertura pastoral de dos cardenales, el arzobispo de Fortaleza Aloisio Lorcheider y el arzobispo de San Pablo Paulo Evaristo Arns, ambos franciscanos y simpatizantes de la doctrina de opción por los pobres. La sanción a Boff pudo haber sido también una respuesta a esta franja de obispos brasileños. La historia posterior tal vez sea una prueba de que el mazazo tenía múltiples destinatarios, porque ninguno de ellos fue reemplazado por obispos de la misma línea sino por conservadores.
El miércoles último, otro teólogo, el suizo Hans Kung, una figura clave para los teólogos de la liberación, escribió en The New York Times una columna en la que se preguntaba si era posible una primavera vaticana.
Kung, que fue compañero de estudios de Ratzinger y trabajó con él como teólogo en el Concilio hace cincuenta años, señaló que el Vaticano puede ser comparado a otra monarquía absoluta, Arabia Saudita, aunque ésta tiene solo doscientos años de antigüedad. También mencionó tres reformas de Gregorio VII para conformar el “sistema romano”: un papado “centralista-absolutista”, “un clericalismo compulsivo” y “la obligación del celibato para sacerdotes y otros miembros del clero secular”.
Ni siquiera el Concilio Vaticano II, según Kung, limitó el poder de la Curia, “el cuerpo de gobierno de la Iglesia”. Y en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI hubo, además, “un retorno a los viejos hábitos monárquicos de la Iglesia”.
A pesar de que, como símbolo, en 2005 el Papa dialogó cuatro horas con Kung, “su pontificado estuvo marcado por colapsos y malas decisiones”. Por ejemplo, “irritó a las iglesias protestantes, a los judíos, a los musulmanes, a los indios de América latina, a las mujeres, a los teólogos reformistas y a los católicos partidarios de una reforma”. Y reconoció a la Sociedad de San Pio X, de los seguidores del archiconservador arzobispo Marcel Lefebvre, lo mismo que al obispo Richard Williamson, un negador del Holocausto. Para no hablar de los abusos de chicos y jóvenes por parte de clérigos que el Papa encubrió cuando era el cardenal Joseh Ratzinger. O de los hechos revelados en los Vatileaks, con “intrigas, luchas por el poder, corrupción y deslices sexuales en la Curia, que parecen ser la razón principal que llevó a Benedicto a renunciar”.
Escribió Kung que “en esta situación dramática, la Iglesia necesita un papa que no viva intelectualmente en la Edad Media, que no encabece ningún tipo de teología, constitución de la Iglesia y liturgia medievales”. El papa necesario debería volver a la democracia siguiendo “el modelo de la cristiandad primitiva”.
El ejemplo alemán refleja algunas tensiones. “Una encuesta reciente muestra que el 85 por ciento de los católicos de Alemania está a favor de que los sacerdotes puedan casarse, el 79 por ciento a favor de que los divorciados puedan volver a casarse por Iglesia y el 75 por ciento apoya que las mujeres puedan ordenarse”, dice Kung.
Tras preguntarse si la Iglesia será capaz de convocar a un nuevo concilio reformista o a una asamblea de obispos, sacerdotes y laicos, Kung saca esta conclusión: “Si el próximo cónclave llegase a elegir a un papa que siga el mismo, viejo camino, la Iglesia nunca experimentará una nueva primavera sino que caerá en una nueva era del hielo y correrá el peligro de quedar reducida a una secta crecientemente irrelevante”.
En ese caso, la sillita de Giordano, Galileo y Boff será un vestigio tan o más fuerte que el trono de Pedro.
martin.granovsky@gmail.com

Los teólogos de la liberación temen que el nuevo Papa siga la doctrina “medieval” de sus antecesores Rafael Plaza Veigas

En alusión a los escándalos que han salpicado su pontificado, Benedicto XVI ha reconocido que ha vivido “momentos complicados, en los que las aguas estaban agitadas, el viento era contrario, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía estar durmiendo”. Teólogos comprometidos nos ofrecen pistas sobre si el Dios de la Iglesia Católica Romana estaba, de verdad, “dormido” o definitivamente “muerto”
En 2006 se cumplían 100 años del nacimiento de un teólogo que fue -después de que lo hiciera Nietzsche, a finales del siglo XIX, desde su radical ateísmo- el primero que se atrevió a hablar, desde su fe profunda, de “la muerte de Dios”. En la madrugada del 9 de abril de 1945 era ahorcado en el campo de concentración de Flossenburg el pastor y teólogo protestante Dietrich Bonhöeffer, que había nacido en Breslau, hijo de padres luteranos y perteneciente a una familia de la alta burguesía, en febrero de 1906. Bonhoeffer planteó una pregunta inquietante: “¿Necesitamos una Iglesia?”
Nietzsche se hacía esa pregunta desde la increencia, Bonhöeffer desde la fe, que sabía muy bien que un “buen cristiano” es aquel que cree en un Dios que, justamente por serlo, “permite que los hombres le arrojen de su vidas”.
Los cristianos de hoy, huérfanos de “padre” por unos días, vuelven a preguntarse si, merced a la Iglesia en la que creen, Dios “está dormido”, como acaba de decir Benedicto XVI, unos días antes de su retirada definitiva, o simplemente “se ha muerto”. Es posible que Nietzsche, Hegel, Heidegger y el mismo Bonhöeffer pensaran, en el fondo del corazón, lo mismo. Que la muerte del “Dios occidental” era algo positivo, incluso necesario. La conocida como “teología radical de la muerte de Dios” tuvo la honradez y valentía de tomarse en serio las “sombras” que la idea de Nietzsche arrojaba sobre la Europa “cristiana”.
Los teólogos de la liberación fueron férreamente condenados y humillados por los dos últimos papas Muchos teólogos europeos y latinoamericanos sí se lo tomaron en serio a lo largo del último tercio del siglo XX. Bonhoeffer se tomó absolutamente en serio la “muerte de Dios en la época moderna”, no como una actitud de ateísmo militante, sino como una experiencia del Dios cristiano que no sólo no compite con el hombre, sino que “nos deja vivir en el mundo sin que eso signifique que nos abandone”. De aquí la necesidad, para Bonhöeffer, de una interpretación mundana, no-religiosa, del cristianismo Sólo una fe que se corresponda con esta divinidad sería, según Bonhoeffer, “capaz de afrontar con dignidad y de responder al desafío del ateísmo moderno”.
Muchos teólogos han ahondado en esta teoría, hasta que surgieron los “teólogos de la liberación”, férreamente condenados y humillados por los dos últimos pontífices, Juan Pablo II y Benedicto XVI que, quizá atormentado por las contradicciones comprobadas en la cúpula de la Iglesia que venía gobernando durante los últimos 8 años, se ha visto en la necesidad de decir, como hizo el pasado 11 de febrero y culminó justamente el jueves día 28, “no puedo más, y aquí me quedo”.
Frei Betto: “La Iglesia corre el riesgo de una bicefalia”
Publico ha rastreado por el pensamiento de algunos teólogos actuales para tratar de explicar (antes que se ponga en marcha la maquinaria del Cónclave para elegir a un nuevo Pontífice) un poco más este impactante abandono de Benedicto XVI. El escritor y fraile dominico brasileño Frei Betto (1944), pseudónimo de Carlos Alberto Libânio Christo, junto a un buen número de teólogos, sacerdotes y obispos representantes de la Teología de la Liberación, padeció la censura y la condena del papa Wojtyla, y especialmente de Benedicto XVI, tanto desde su etapa como Prefecto para la Sagrada Congregación de la Fe como en su Pontificado. Al contrario que su excompañero de estudios de Teología, e incluso antiguo amigo, Hans Küng, Ratzinger ha sido siempre un férreo opositor de esta corriente, que enfatizaba la necesidad de enfrentar las injusticias sociales a partir del compromiso cristiano de “opción por los más pobres”. Al mismo Hans Küng, al franciscano brasileño Leonardo Boff y a otros muchos simpatizantes de la Teología de la Liberación (también españoles), les prohibió terminantemente enseñar Teología en universidades católicas. Los pobres, y aun menos los “cristianos críticos”, no han sido, precisamente, la opción preferencial de Benedicto XVI.
“El debate de temas como el aborto, el celibato, los preservativos, el sacerdocio de las mujeres y la unión de homosexuales seguirá prohibido”
“Soy muy pesimista respecto a que el nuevo Papa cambie el rumbo conservador de la Iglesia Católica”, acaba de declarar en Brasil Frei Betto, autor, entre otros muchos libros, de Fidel Castro y la Religión. “Benedicto XVI va a tener un papel clave en la elección del nuevo Papa, de modo que la Iglesia corre el riesgo de una bicefalia, pues el elegido jamás hará algo que desagrade a su antecesor”. Así que, añade Betto, “el nuevo pontífice mantendrá la prohibición de que se debatan en la Iglesia temas como el aborto, el fin del celibato de los curas, el uso de preservativos, la aplicación de las células madre, el derecho de las mujeres al sacerdocio, la unión de los homosexuales…”
“Hasta después de la muerte de Ratzinger no sabremos lo que piensa el nuevo Papa”, dictamina el teólogo brasileño. Para Frei Betto, Benedicto XVI ha sido un epígono del papa Wojtyla: los dos se negaron a poner en práctica las decisiones del Concilio Vaticano II (1962/1965). Los dos se oponían a consagrar a obispos progresistas, los dos auparon al poder eclesial a movimientos ultraconservadores como el Opus Dei, Comunión y Liberación, y las Comunidades Catecumenales de Kiko Argüello (los famosos “kikos”), de tanto poder en España… Los dos soñaban con una “Europa cristiana” al estilo de la Edad Media. Los dos han acuchillado a teólogos, obispos y cardenales de línea progresista y solidarios con los movimientos de liberación social. “La Iglesia Católica todavía arrastra en sí resquicios medievales, y apenas dialoga con la modernidad”, concluía Betto en una entrevista el 14 de febrero pasado.
Hans Küng: “La Iglesia tiene una enfermedad terminal”
Hans Küng (1928), polémico teólogo suizo, es aún más crítico. Fue el primer teólogo católico desde el Concilio Vaticano I en 1870 en pronunciarse contra el dogma de la infalibilidad papal. Rechaza también la autoridad absoluta del Papa dentro de la Iglesia, el celibato de los sacerdotes y la ausencia de mujeres dentro del clero. Sus libros Ser cristiano, de 1974, y sobre todo ¿Infalible?, de 1971, le costaron su cargo de profesor de Teología en universidades católicas. En 2005 se reencontró con el papa Ratzinger, pero no ha renunciado a sus postulados: “Existe ahora mismo en la Iglesia un cisma entre la cúpula jerárquica y las bases”, anunció en julio de 2011. “El papado actual es una institución de dominio en la que el Papa divide a la Iglesia”. Su diagnóstico es letal: “La iglesia experimenta una enfermedad terminal”. “El Papa y la Curia han traicionado al Concilio (Vaticano II)”.
“La Iglesia padece los males de censura, absolutismo y estructuras autoritarias”
Küng señala entre otros males, “la censura, el absolutismo y las estructuras autoritarias de la Iglesia”. Y ofrece un decálogo de cambios: “Queremos elegir a nuestros obispos, queremos ver a mujeres en los diferentes cargos, queremos que haya hombres y mujeres agentes pastorales que sean ordenados/as sacerdotes. Queremos que el pueblo cristiano participe activamente en las decisiones de la Iglesia”… Todo ello se lo propuso a su examigo Ratzinger, procurando no ofenderle en su diálogo de 2005… con resultados nulos. Las mujeres siguen sin poder acceder a cargos, se impide avanzar en el celibato opcional, se sigue prohibiendo a los divorciados participar en la Eucaristía…
Küng denuncia el “papismo” instaurado por Gregorio VII, el “absolutismo papal” en el que una sola persona tiene en la Iglesia “la última palabra”, una enfermedad propia del sistema “romano”. Esto es, según el discutido teólogo holandés, lo que produjo hace siglos la escisión de la Iglesia Oriental, y desde esa época procede el predominio del clero sobre los laicos. “Padecemos un celibato sacerdotal que se impuso en el siglo XI. Con el Vaticano II se intentó luchar contra todo esto. Pero no se permitió debatir el celibato ni discutir el papado”. “Hay que abolir el absolutismo del Papa. Necesitamos que haya una resistencia activa, de lo contrario la Iglesia se va a pique”.
“Cuando decenas de miles de curas han de reprimir su sexualidad, tenemos un problema estructural” Según Küng, la situación es “calamitosa”. Los dos últimos Papas restauracionistas -Wojtyla y Ratzinger- “han hecho todo lo posible para que el Concilio y la Iglesia retrocedan a una fase preconciliar. La Iglesia Católica quiere mantener el monopolio sobre la verdad. La moral sexual mantiene sus desafortunadas normativas…” Küng echa en falta a un Papa “como Juan XXIII”, para una comunidad de más de mil millones de católicos. Ratzinger y Wojtyla “han hecho todo lo posible para volver a un paradigma medieval de la cristiandad. Hoy reina una estructura medieval que, en principio, sólo se encuentra en los países árabes…” Sobre el celibato es implacable: “Cuando decenas de miles de curas han de reprimir su sexualidad y, por muy buenos párrocos que sean, no pueden tener esposa ni familia, entonces tenemos un problema estructural”.
En mayo de 2012, Hans Küng apuntaba que “el Papa ha perdido el control de la Iglesia” y se atrevía a sugerir la destitución de Benedicto XVI, en una entrevista publicada en el Frankfurter Rundnschau y en una emisora de radio alemana. “Primero cuestionó a los protestantes, luego calificó de ‘inhumanos’ a los musulmanes, y finalmente ofende a los judíos permitiendo el reingreso en la Iglesia a un miembro de la iglesia cismática [del obispo Lefebvre] que negó la existencia del holocausto”. Mientras tanto, el papa Ratzinger seguía condenando a los teólogos de la liberación…
Benjamín Forcano: “Un Papa más democrático y no vitalicio”
Benjamín Forcano (1935) sacerdote claretiano, teólogo y moralista -autor de Nueva ética sexual, Con la libertad del Evangelio y Pedro Casaldáliga, exdirector de Misión Abierta, revista cristiana de la que fue destituido en 1988 por el mismísimo Joseph Ratzinger, entonces Prefecto para la Doctrina de la Fe, al igual que otros teólogos españoles, como José María Castillo y Juan Antonio Estrada, o en los últimos años Juan José Tamayo y José Antonio Pagola-, resume la renuncia de Benedicto XVI a las palabras que San Pedro le dirigió a un soldado de Cesarea, Cornelio, cuando éste recibió al primer Papa del cristianismo de rodillas: “Levántate, yo también soy un simple hombre”.
“Ratzinger se encontró con posiciones opuestas, ante las que no se atrevió a proceder con coraje” Esta llamada a la “igualdad” en la Iglesia es la que reclama Forcano, que recuerda un texto del Concilio Vaticano II (Gaudium et Spes, 29): “Se ha de reconocer cada vez más la fundamental igualdad entre todos los hombres”. En sus ocho años como Papa es cuando Ratzinger ha percibido el “acelerado y traumático” cambio del mundo y la gravedad de los problemas de la Iglesia, afirma el teólogo claretiano, “y más en torno a él la peligrosa maraña de sus colaboradores, algunos muy poderosos y avezados en las ambiciones, intrigas y secretos de la Curia”. En algunos casos, difíciles de resolver, “se encontró con posiciones opuestas, ante las que no se atrevió a proceder con coraje”, apunta Forcano, quien interpreta la dimisión del Papa en claves de “humildad”, pero con la seguridad de no quererse ver manejado “contra su voluntad” hasta su muerte.
“Ni antes, ni mucho menos ahora, se puede sostener que el ministerio del Papa debe ser vitalicio”, dice Forcano. “Lo afirmaba el mismo Papa cuando escribió, en sus tiempos de teólogo: “Para la teología católica es imposible considerar la configuración del primado en los siglos XIX y XX como la única posible, necesaria para todos los cristianos”.
Forcano asevera que “el carácter vitalicio del papado no es ningún dogma” y reafirma “la soberanía democrática del pueblo de Dios”. Se apoya en textos del teólogo jesuita José María Díez Alegría y de su amigo el obispo Pedro Casaldáliga (además, claro está, de las conclusiones del Concilio Varticano II) para fundamentar sus afirmaciones acerca de la necesaria y urgente renovación “democrática y colegial” de la Iglesia. Citando al también jesuita y teólogo de la liberación Jon Sobrino, añade que “entre quienes viven en un mundo de miseria y opresión, no se puede centrar el sacerdocio en el culto o en las meras celebraciones litúrgicas, sino en el mundo real”.
“Acaso lo más importante y significativo de la renuncia del Papa está por venir”, finaliza Forcano. “Su gesto debiera ser un impulso para volver a tomar en serio en la Iglesia el sacerdocio de Jesús. Y, citando a dos de los santos padres: ‘el que ha de presidir a todos, que sea elegido por todos’, porque ‘al que es conocido y aprobado se le reclama con paz, mientras que al desconocido, es menester imponerlo por la fuerzas y será constantemente materia de discusión”.
Juan José Tamayo: “Los dos últimos Papas han retrocedido siglos”
Juanjo Tamayo (1946) es uno de los teólogos más fértiles y perseguidos por las jerarquías vaticanas y españolas. Los obispos le impiden dar conferencias en escenarios confesionales católicos. Es desde hace años secretario general de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII. Desde 1976 (Por una Iglesia del pueblo) hasta 2012 (Otra teología es posible, e Invitación a la utopía) ha publicado cerca de 60 libros. Su última entrega ha sido, precisamente, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Del neoconservadurismo al integrismo. Es profesor titular de la Universidad Carlos III de Madrid, donde dirige la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría.
“La mujer es en la Iglesia una mayoría silenciada, y los dos últimos papas la han humillado al no reconocerla como sujeto de derechos morales”Más crítico que Forcano con la actual jerarquía de los papados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, es rotundo en sus postulados: “La mujer es en la Iglesia una mayoría silenciada y silenciosa, y los dos últimos papas la han humillado al no reconocerla como sujeto de derechos morales. Los dos papas han cuestionado la Iglesia emanada del Concilio Vaticano II y han retrocedido siglos; han interrumpido el diálogo con la modernidad, el ateísmo y las religiones, tanto las cristianas como las no cristianas”.
Tamayo cree que la llegada a Roma, como Prefecto para la Sagrada Congregación de la Fe, de Ratzinger, junto al papa polaco que le llamó a su lado, supuso “el comienzo de una larga agonía invernal, que ambos iban a encargarse de mantener, en plena sintonía”, y para “dictar sentencias, la mayoría de ellas condenatorias, contra sus compañeros de Teología, de Moral, de Historia de la Iglesia y de Universidad y de la mismas aulas conciliares”, a los que acusaría “de errores graves en su interpretación de los dogmas del cristianismo”. Durante un cuarto de siglo estuvo instalado en “el epicentro del poder de la Curia romana”, y “no hubo asunto que no pasara por sus manos, incluido, naturalmente, lo referido a las numerosas denuncias de abusos sexuales de sacerdotes y religiosos en colegios, residencias y parroquias y las acusaciones contra las aberraciones del fundador de los Legionarios de Cristo”, el mexicano Marcial Maciel.
“Ratzinger estuvo mejor informado incluso que el Papa polaco de los abusos sexuales y actuó con una doble vara de medir” Ratzinger estuvo siempre incluso “mejor informado” que el papa polaco. Pero actuó “con una doble vara de medir: intolerante e inmisericorde con los colegas que disentían de sus planteamientos, mientras guardaba en el fondo de los cajones de la Congregación que presidía los casos de abusos sexuales e imponía el silencio a las víctimas para evitar el escándalo, en vez de entregar a los culpables a la Justicia y sancionarlos con las penas contempladas en el Código de Derecho Canónico”.
Además -señala Tamayo-, Ratzinger aplicaba la “ley del embudo”: rigidez y sanciones para las teólogas y los teólogos acusados de errores doctrinales… y falta de firmeza para los delitos sexuales, irregularidades financieras y otras deslealtades. “Pienso que ni al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe ni como Papa ha sido capaz de separar la cizaña del trigo… y en el Vaticano hay más cizaña que trigo”.
Tamayo concluye que por todo esto “Benedicto XVI se ha visto obligado a dimitir, decisión a elogiar… siempre que antes hubiera limpiado el Vaticano”.