FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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miércoles, 20 de febrero de 2013

Josu Urrutia recibe a Salesianos Deusto en su 75 aniversario

El pasado 14 de febrero el Presidente del Athletic  Club, Josu Urrutia,  recibió a una representación de Salesianos Deusto, en el Palacio Ibaigane, encabezada por el Director Isaac Díez.
Texto: Iñaki García
Fotos: Paco Martín
Josu Urrutia nos felicitó por nuestro 75 aniversario y por la importante labor educativa que hacemos en la villa de Bilbao.
El Director, Isaac Díez, le hizo entrega al Presidente de un recuerdo conmemorativo de los 75 años,  con la silueta de Don Bosco, y Josu Urrutia nos regaló una réplica de San Mamés.
Josu Urrutia nos comentó que nuestro regalo formaría parte del museo del Athletic del nuevo San Mamés, y nos deseó otros tantos años de trabajo entre los jóvenes y profesionalidad en nuestra labor educativa.
Y que al igual que en su día, varios alumnos de Salesianos Deusto formaron  parte del Athletic,  como Txirri y Patxi Ferreira, desea que alguno de nuestros chavales del C.D Salesianos pueda llegar a ser un “León del Athletic”.
Hay que destacar entre los presentes a uno de los mayores forofos del Athletic,  Sabino, salesiano de la Comunidad de Deusto.
Que en los próximos años sigamos cosechando “triunfos”, de momento Don Bosco ya está en las vitrinas del Athletic.”
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La elección de un nuevo papa y el Espíritu Santo Ivone Gebara, Escritora, filósofa y teóloga

Después de la encomiable actitud del anciano Benedicto XVI renunciando al gobierno de la Iglesia Católica Romana se sucedieron entrevistas con algunos obispos y sacerdotes en estaciones de radio y televisión en todo el país. Sin duda un evento de tanta importancia para la Iglesia Católica Romana es noticia y conduce a predicciones, elucubraciones de variados tipos, sobre todo de sospechas, intrigas y conflictos entre los muros del Vaticano que habrían acelerado la decisión del Papa.
En el contexto de las primeras noticias, lo que me llamó la atención fue algo a primera vista pequeño e insignificante para los analistas que tratan asuntos del Vaticano. Se trata de la forma cómo algunos padres entrevistados o sacerdotes conductores de programas de televisión respondieron cuando se les preguntó sobre quién sería el nuevo Papa, saliendo por la tangente.
Se referían a la inspiración del Espíritu Santo, o a su voluntad, como siendo el elemento del que dependía la elección del nuevo romano pontífice. Nada de pensar en personas específicas para responder a las situaciones mundiales desafiantes, nada para despertar una reflexión en la comunidad, nada de hablar de los problemas actuales de la iglesia que la han llevado a un significativo marasmo, nada que escuchar los clamores de la comunidad católica por la democratización de las estructuras anacrónicas que sostienen a la iglesia institucional.
La formación teológica de estos padres comunicadores no les permite salir de un discurso trivial y abstracto ya bien conocido, discurso que continúa recurriendo, como explicación, a fuerzas ocultas, y así, de cierta forma, confirmar su propio poder.
La continua referencia al Espíritu Santo a partir de un misterioso modelo jerárquico es una forma de camuflar los verdaderos problemas de la Iglesia y una forma de retórica religiosa para no revelar conflictos internos que ha vivido la institución.
La teología del Espíritu Santo continúa siendo para ellos mágica y expresando explicaciones que ya no pueden hablar a los corazones y a las conciencias de muchas personas que tienen aprecio por el legado del Movimiento de Jesús de Nazaret. Es una teología que sigue provocando la pasividad del pueblo creyente ante las múltiples dominaciones, inclusive la religiosa. Continúan repitiendo fórmulas como si éstas satisficiesen a la mayoría de la gente.
Me entristece el hecho de verificar una vez más que los religiosos y algunos laicos trabajando en los medios de comunicación no perciban que estamos en un mundo donde los discursos tienen que ser más asertivos y caracterizados por referencias filosóficas consistentes, además de la tradicional escolástica.
Un referencial humanista les haría mucho más comprensibles para el común de las personas, incluidos los no católicos y no religiosos. La responsabilidad de los medios de comunicación religiosos es enorme e incluye la importancia de mostrar cómo la historia de la iglesia depende de las relaciones e interferencias de todas las historias de los países y de las personas individuales. Ya es tiempo de abandonar ese lenguaje metafísico y abstracto, como si un Dios fuese a ocuparse especialmente de elegir al nuevo Papa, independientemente de los conflictos, desafíos, iniquidades y cualidades humanas.
Ya es hora de enfrentar un cristianismo que admita el conflicto de las voluntades humanas y reconocer que al final de un proceso electivo, no siempre la elección realizada puede ser considerada la mejor para el conjunto. De enfrentar la historia de la iglesia como una historia construida por nosotros todos y todas y de testimoniar respeto para nosotros mismos/as mostrando la responsabilidad que tenemos todas/os los que nos consideramos miembros de la comunidad católica romana.
La elección de un nuevo Papa es algo que tiene que ver con el conjunto de las comunidades católicas esparcidas alrededor del mundo y no sólo con una élite de edad avanzada, minoritaria y masculina. Por lo tanto, es necesario ir más allá de un discurso justificativo del poder papal y enfrentarse a los problemas y desafíos reales que estamos viviendo.
Sin duda, para esto las dificultades son muchas y abordarlas requiere de nuevas convicciones y del deseo real de promover cambios que favorezcan la convivencia humana.
Me preocupa una vez más, que no se discuta más abiertamente el hecho que el gobierno Iglesia institucional sea entregado a personas ancianas que a pesar de sus cualidades y sabiduría, ya no son capaces de hacer frente con vigor y desenvoltura los desafíos que estas funciones demandan. ¿Hasta cuando la gerontocracia masculina papal será como un doble de la imagen de un Dios, blanco, anciano y de barbas blancas?
¿Habría alguna posibilidad de salir de este esquema o al menos de iniciar una discusión de cara a una futura organización diferente? ¿Habría alguna posibilidad de abrir esta discusión en las comunidades cristianas populares que tienen derecho a la información y a una formación cristiana más ajustada a nuestros tiempos?
Sabemos en qué medida la fuerza de la religión depende de desafíos y comportamientos fruto de convicciones capaces de sostener la vida de muchos grupos. Sin embargo, las convicciones religiosas no pueden reducirse a una visión estática de las tradiciones y tampoco a una visión deliberadamente ingenua de las relaciones humanas. Las convicciones religiosas igualmente no pueden reducirse a la ola de las más variadas devociones que se propagan a través de los medios de comunicación. Es más, no podemos seguir tratando al pueblo como ignorante e incapaz de formular preguntas inteligentes y astutas en relación con la iglesia. Sin embargo, los padres comunicadores creen estar tratando con personas pasivas y entre ellas muchos los jóvenes que desarrollan un culto romántico alrededor de la figura del papa.
Los religiosos mantienen esta situación a menudo cómoda por ignorancia o avidez de poder. Probar la interferencia divina en decisiones que la Iglesia Católica Jerárquica, prescindiendo de la voluntad de las comunidades cristianas esparcidas por todo el mundo es un ejemplo flagrante de esta situación. Es como si quisieran reafirmar erróneamente que la Iglesia es en primer lugar el clero y las autoridades cardenalicias a las cuales es conferido el poder de elegir un nuevo papa y que ésta es la voluntad de Dios. A los miles de fieles corresponde solo orar para que el Espíritu Santo escoja al mejor y esperar a que el humo blanco anuncie una vez más el “habemus papam”.
De manera hábil siempre están tratando de hacer a los fieles, escapar de la verdadera historia, de su responsabilidad colectiva por el recurso a fuerzas superiores que dirijan la historia y a la Iglesia.
Es una lástima que estos formadores de opinión pública estén viviendo todavía en un mundo que es teológicamente y tal vez incluso históricamente, pre-moderno, donde lo sagrado parece separarse del mundo real y situarse en una esfera superior de poderes a la que sólo unos pocos tienen acceso directo. Es desolador ver cómo la conciencia crítica en relación a sus propias creencias infantiles no haya sido despertada, para su bien personal y en beneficio de la comunidad cristiana. Parece que hasta destacamos los muchos obscurantismos religiosos presentes en todas las épocas, mientras el Evangelio de Jesús continuamente convoca a la responsabilidad común de unos con los otros.
Conociendo las muchas dificultades enfrentadas por el Papa Benedicto XVI durante su corto ministerio papal, las empresas de comunicación católica sólo destacan sus cualidades, su entrega a la iglesia, su inteligencia teológica, su pensamiento vigoroso como si quisieran una vez más ocultar los límites de su personalidad y de su postura política no sólo como Pontífice, sino también, como presidente, por muchos años, de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el ex Santo Oficio.
No permiten que las contradicciones humanas del hombre Joseph Ratzinger aparezcan y que su intransigencia legalista o el trato punitivo que caracterizaron parcialmente su persona sean recordadas. Hablan desde su elección, principalmente como un papado de transición. No hay duda que es así. Pero ¿transición hacia dónde?
Me gustaría que la encomiable actitud de renuncia de Benedicto XVI pudiese ser vivida como un momento privilegiado para convidar a las comunidades católicas a repensar sus estructuras de gobierno y los privilegios medievales que esta estructura conlleva.
Estos privilegios tanto del punto de vista económico, como político y socio-cultural, mantiene al papado y al Vaticano como un Estado masculino aparte. Pero un Estado masculino con representación diplomática influyente y servido por miles de mujeres en todo el mundo, en las diferentes instancias de su organización. Este hecho nos invita también a reflexionar sobre el tipo de relaciones sociales de género que este Estado continua manteniendo en la historia social y política actual.
Las estructuras pre-modernas que todavía conserva este poder religioso necesitan ser confrontadas con los anhelos democráticos de nuestros pueblos en la búsqueda de nuevas formas de organización que se correspondan mejor con los tiempos y grupos plurales de hoy. Deben ser confrontadas con las luchas de las mujeres, de las minorías y mayorías raciales, de personas de diversas orientaciones sexuales y opciones, de pensadores, científicos y trabajadores de las más variadas profesiones.
Necesitan ser reelaboradas en la perspectiva de un mayor y más fructífero diálogo con otros credos religiosos y con las sabidurías esparcidas por todo el mundo.
Y para terminar, quiero volver al Espíritu Santo, a este viento que sopla en cada una/o de nosotros, este aliento en nosotros es más grande que nosotros, que nos aproxima y nos hace interdependientes con todos los vivientes.
Un soplo de muchas formas, colores, sabores e intensidades. Soplo de compasión y de ternura, soplo de igualdad y de diferencia. Este aliento o soplo no puede ser utilizado para justificar y mantener estructuras privilegiadas de poder y tradiciones antiguas o medievales, como si se tratara de una ley o una norma indiscutible e inmutable.
El viento, el aire, el espíritu sopla donde quiere y nadie debe atreverse a querer ser ni por una sola vez su dueño. El espíritu es la fuerza que nos acerca a unos con otros, es la atracción que permite nos reconozcamos cómo semejantes y diferentes, como amigas y amigos, y que juntos/as busquemos caminos de convivencia, la paz y la justicia.
Estos caminos del espíritu son los que nos permiten reaccionar ante las fuerzas opresivas que nacen de nuestra propia humanidad, los que nos llevan a denunciar a las fuerzas que impiden la circulación de la savia de la vida, quienes nos llevan a des-cubrir los secretos ocultos de los poderosos. Por lo tanto, el espíritu se muestra en las acciones de misericordia, en el pan compartido, en el poder compartido, en la cura de las heridas, en la reforma agraria, en el comercio justo, en las armas transformadas en arados, en fin, en la vida en abundancia para todas/os. Este parece ser el poder del espíritu en nosotros, poder que necesita ser despertado en cada nuevo momento de nuestra historia y ser despertado en nosotros/as, entre nosotros/as y para nosotros/as.
Febrero de 2013.
[Traducción para ADITAL: Ricardo Zúniga García – ricardozunigagarcia@gmail.com

Dimisión papal y laicismo Coral Bravo, Doctora en Filología

Soy laicista. Y eso quiere decir que defiendo la libertad de pensamiento y de conciencia, y que me gustaría vivir en un país en el que el Estado fuera independiente de cualquier creencia religiosa. Y significa que considero las creencias personales como eso mismo, como personales, y que nada deberían tener que ver con lo público, porque lo público es de todos, y no todos creemos ni pensamos lo mismo. Esa es la clave de toda democracia, el respeto a la diversidad y al pluralismo.
A día de hoy en España la Iglesia católica sigue infiltrada en los asuntos de Estado. Interviene en las decisiones políticas, mediatiza la conciencia ciudadana con tendencias de pensamiento que frenan la evolución ética y el progreso de la sociedad, y mantiene buena parte de los anacrónicos y abusivos privilegios que están vigentes desde el Concordato que firmó Franco con el Vaticano, en 1953, y que se renovaron en los mismos términos en 1979. La religión, en España, no está en las iglesias, sino que está muy presente en todos los ámbitos de la vida ciudadana; en la política, en la educación, en la sanidad, en la asistencia social; manteniendo una presencia caduca y obsoleta que no le corresponde a ninguna confesión en ningún sistema democrático.
Y no hablamos de ideas, ni de espiritualidad ni trascendencia, sino de todo lo contrario, de poder y de dinero. La financiación pública de esta organización religiosa es absolutamente desmedida, y más en unos tiempos de precariedad para millones de ciudadanos. Y no hablamos, repito, de subjetividades, sino de datos muy concretos. Pocos día después de que el Partido Popular ganara las elecciones el 20-N, publicó en el B.O.E. del 31 de diciembre de 2011, Secc. I, pág.146615, la cantidad que el Estado iba a entregar mensualmente a la Iglesia , exactamente 13.266.216,12 euros, literalmente “a cuenta de la cantidad que deba asignar en aplicación de lo dispuesto en los apartados Uno y Dos de la disposición adicional decimoctava de la Ley 42/2006, de 28 de diciembre…”. Y este importe es el referido únicamente a los P.G.E, sin tener en cuenta cientos de otros conceptos por los que recibe otro tipo de prebendas e ingentes financiaciones.
Por tanto, los laicistas no discriminamos ningún ideario ni creencia personal (lo cual no se puede decir de todo el mundo), a lo que aspiramos es a la independencia de las iglesias y el Estado. De hecho, muchos laicistas son cristianos o católicos, pero con la suficiente objetividad como para entender que los asuntos de creencias pertenecen al ámbito íntimo y personal de cada quién. Y no hablo, repito, de nada extraño ni esotérico, sino de democracia. Los países de mayor tradición democrática lo saben muy bien y tienen, incluso, leyes específicas de separación Iglesias-Estado, como la Ley francesa de 1.905, en base a la cual se estipula la autofinanciación de las religiones y se las mantiene alejadas de los asuntos públicos.
El asunto de las creencias es muy otro, y cada quién tiene el derecho explícito e implícito a creer en lo que le venga en gana. Lógicamente un fanático adoctrinado y desinformado no creerá en lo mismo que un científico racionalista o una persona muy leída y cultivada. La cultura y la información, como en todo, tienen mucho que ver con la idea de moral y con el sentido de trascendencia de las personas. Aunque también la opresión y la coacción; no olvidemos que nadie se convierte en adepto a ninguna creencia religosa por iniciativa propia, y que las religiones han perseguido y siguen persiguiendo, coaccionando, e incluso asesinando aún en muchos lugares del mundo, a los librepensadores que no se adhieren a sus fanatismos, sus mitos o sus sinrazones.
Sea como fuere, el hecho concreto de la dimisión, supuestamente voluntaria, del actual jerarca de la Iglesia católica, aparte de su significado simbólico para los millones de católicos, carece de trascendencia para los laicistas. Porque después de este jerarca vendrá otro. Personalmente le deseo lo mejor en su retiro. Pero quizás de lo que se trate no sea de valorar a la persona concreta que ocupa ese cargo pío, sino de que ese relevo tenga algún tipo de repercusión en la paz del mundo, en la decencia política y social, y en la vida de las personas. Y ello sería posible si la Iglesia se moderara, admitiera los cambios humanistas y de conciencia que se han producido en el último siglo en las sociedades, respetara a los seres humanos, independientemente de sus creencias, y actuara en consecuencia, con tolerancia, con respeto y con humildad.
Tarea harto difícil. Porque ninguna religión se caracteriza, precisamente, por expandir ni la tolerancia, ni el respeto, ni la solidaridad, ni la paz, precisamente, en muchos períodos de la historia, por todo lo contrario. Y porque, parafraseando a la filósofa y escritora Ayn Rand, “Si quisiera hablar con vuestro vocabulario, diría que el único mandamiento moral es: Pensarás. Aunque las palabras mandamiento y moral son incompatibles. Lo moral es lo elegido, no lo forzado; lo comprendido y lo meditado, no lo obedecido. Lo moral es lo racional, y la razón es incompatible con mitos, coacciones, o dogmas.”

Sin preguntas Pedro Serrano Martínez / Valladolid

Enviado a la página web de Redes Cristianas
El discurso del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, de fecha 2 de febrero para desmentir la autenticidad de la supuesta contabilidad interna del ex tesorero Luis Bárcenas, y que los periodistas tuvieron que seguir a través de un monitor de televisión sin posibilidad de preguntas, nos da la medida del distanciamiento del Gobierno actual con los ciudadanos.
El Gobierno de Mariano Rajoy, con sus gestos y medidas antidemocráticas, sigue haciendo cada día más profunda e insalvable la trinchera que separa al pueblo de un Ejecutivo prepotente que todo lo justifica por la mayoría absoluta un día conseguida. Una democracia no goza de buena salud cuando los periodistas no tienen la oportunidad de plantear preguntas incomodas a sus dirigentes. Una democracia no es tal cuando un presidente utiliza como escudo contra los periodistas una pantalla de televisión.
Pero si el comportamiento del presidente del Gobierno con la prensa es condenable, también lo es que los periodistas no hagan frente común de denuncia y plante ante esta conducta intolerable que a veces acatan sin rechistar. He visto ruedas de prensa vergonzosas en las que, el presidente, con su sorna y desprecio habitual, se ha reído de las preguntas incomodas de algún periodista genuino y, en lugar de abandonar la sala de prensa en señal de protesta, todos los periodistas allí reunidos, la mayoría se han puesto a reír como si les acabaran de contar el chiste más gracioso del mundo.

El rescate de la categoría “espíritu” Leonardo Boff, teólogo

Koinonía
En la cultura de hoy, la palabra “espíritu” está desvalorizada en dos frentes: en la cultura letrada y en la cultura popular.
En la cultura letrada dominante “espíritu” es lo que se opone a la materia. La materia sabemos más o menos lo que es, ya que puede ser medida, pesada, manipulada y transformada, mientras que el “espíritu” cae en el campo de lo intangible, indefinido, y hasta nebuloso.
La materia es la palabra-fuente de los valores axiales de la experiencia humana de los últimos siglos. La ciencia moderna se ha construido sobre la investigación y el dominio de la materia. Ha penetrado hasta sus últimas dimensiones, las partículas elementales, hasta el campo de Higgs en el que se habría dado la primera condensación de la energía originaria en materia: los tan buscados bosones y hadrones y la llamada “partícula de Dios”. Einstein demostró que la materia y la energía son equivalentes. La materia no existe. Es energía altamente condensada y un campo riquísimo de interacciones.
Los valores espirituales en el sentido moderno convencional, se sitúan en la superestructura y no caben en los esquemas científicos. Su lugar es el mundo de la subjetividad, entregado a la discreción de cada uno o de los grupos religiosos. Expresándolo de una manera un tanto grotesca, pero no demasiado, podemos decir con José Comblin, gran especialista en el tema: «Cuando se habla de “valores espirituales “, todo el mundo piensa que está hablando un burgués en una reunión de los Rotarios o del Club de Leones después de una copiosa cena regada con buenos vinos y a base de comida fina. Para el pueblo en general, “valores espirituales” equivale a “palabras bonitas pero vacías”. O pertenece al repertorio del discurso eclesiástico moralizante, espiritualizante y en relación hostil con el mundo moderno.
Como resultado de ello, la expresión “valores espirituales” aparece con más frecuencia en los labios de los sacerdotes y obispos de tendencia conservadora. De ellos es común escuchar que la crisis del mundo contemporáneo se encuentra fundamentalmente en el abandono del mundo espiritual: la no asistencia a misa o cualquier otra referencia explícita a la Iglesia jerárquica.
Pero con los escándalos de los últimos tiempos, con los sacerdotes pedófilos y con los escándalos financieros vinculados al Banco Vaticano, el discurso oficial de los “valores espirituales” se ha devaluado. No ha perdido su valor, pero la entidad oficial que los anuncia tiene muy poca audiencia.
En la cultura popular, la palabra “espíritu” tiene gran validez. Traduce cierta concepción mágica del mundo en contra de la racionalidad aprendida en la escuela. Para gran parte del pueblo, especialmente los influidos por la cultura afrobrasileña e indígena, el mundo está habitado por espíritus buenos y malos que afectan a las diferentes situaciones de la vida, como la salud y la enfermedad, la vida afectiva, los éxitos y los fracasos, la buena o la mala suerte. El espiritismo ha codificado esta visión del mundo por la vía de la reencarnación. Cuenta con más seguidores de los que se piensa.
Sin embargo, en las últimas décadas nos hemos dado cuenta de que la racionalidad excesiva en todos los ámbitos y el consumismo exacerbado generan saturación existencial y también mucha decepción. La felicidad no está en la materialidad de las cosas, sino en las dimensiones relacionadas con el corazón, el afecto, las relaciones de amor, de solidaridad y de compasión.
Por todas partes se buscan experiencias espirituales nuevas, es decir, sentidos de vida que van más allá de los intereses inmediatos y de la lucha diaria por la vida. Ellos abren una perspectiva de esperanza y luz en medio del mercado de ideas y propuestas convencionales, difundidas por los medios de comunicación y también por las llamadas “instituciones de sentido” que son las religiones, las iglesias y las filosofías de vida. Han adquirido fuerza a través de los programas de televisión y de los grandes shows religiosos que obedecen a la lógica del espectáculo masivo y que, por eso mismo, se desvían del carácter reverente y sagrado de toda religiosidad. En una sociedad de mercado, la religión y la espiritualidad se han convertido en mercancías disponibles para el consumo general. Y producen un montón de dinero.
No obstante esta mercantilización de lo religioso, el mundo espiritual ha empezado a incrementar su fascinación aunque, la mayoría de las veces, en forma de esoterismo y de literatura de autoayuda. Aún así, ha abierto una brecha en el mundo profano y en el carácter gris de la sociedad de masa. En los medios cristianos han surgido las Iglesias pentecostales, los movimientos carismáticos y la centralidad de la figura del Espíritu Santo.
Estos fenómenos suponen un rescate de la categoría “espíritu” en un sentido positivo e incluso anti-sistémico. El “espíritu” es una referencia consistente y ya no está colocado bajo sospecha por la crítica de la modernidad que sólo aceptaba lo que pasaba por el tamiz de la razón. Pero la razón no lo es todo, ni lo explica todo. Hay lo arracional y lo irracional. En los seres humanos hay el universo de la pasión, del afecto y del sentimiento que se expresa mediante la inteligencia emocional y cordial. El espíritu no rechaza la razón, antes bien, la necesita. Pero va más allá, englobándola en un nivel superior que tiene que ver con la inteligencia, la contemplación y el sentido superior de la vida y de la historia. En términos de la nueva cosmología él sería tan ancestral como el universo, éste también portador de espíritu. ¿La era del espíritu?
Del autor: Fuego del cielo: el Espíritu Santo en el universo, en la humanidad, en las Iglesias y religiones, que será publicado próximamente por la Editorial Vozes, Petrópolis, RJ, Brasil.