FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

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ATALAYA

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miércoles, 6 de febrero de 2013

Se han reunido en Burgos los Consejos Inspectoriales


En Burgos, se han reunido los Consejos Inspectoriales de Bilbao, León y Madrid, respondiendo a la programación que se está llevando en torno a la reorganización de las Inspectorías.
Sebastián Muñoz
Como estaba previsto y a pesar del mal tiempo, Inspectores y Consejeros de las tres Inspectorías de Bilbao, León y Madrid se encontraban en la casa de Parralillos de Burgos a las 10 de la mañana.
Después de los primeros saludos se pasó a la capilla para celebrar la Eucaristía que fue presidida por D. José Rodríguez Pacheco, Inspector de León, acompañado por los Srs. Inspectores de Bilbao y Madrid.
Los objetivos responden a tener un encuentro de hermanos con responsabilidad en este proceso de unificación de Inspectorías; decidir el modo de proceder en este tiempo de transición y decidir sobre las propuestas elaboradas por los equipos de trabajo interinspectoriales, una vez presentados a los hermanos de las comunidades de cada Inspectoría.
A las 10.45 comenzaba la 1ª sesión de trabajo: decidir el proceso de toma de decisiones sobre los temas, con el fin de ir perfilando el comienzo del curso 2014-2015.
Después de un descanso y en 2ª sesión, trabajo en grupos, por Delegaciones inspectoriales, para preparar las propuestas de los equipos de trabajo interinspectoriales a la consideración y decisión de los Consejos interinspectoriales.
A las 14.00h. encuentro para la comida en convivencia fraterna, volviendo a retomar el trabajo, en 3ª sesión y en asamblea, a las 15.30h. El coordinador de cada grupo ha ido presentando las propuestas dando paso a las intervenciones por parte de los Consejeros para ser recogidas en el documento final de trabajo.
Finalmente, a las 17.45h., se tuvo un tiempo para recoger la valoración de la reunión, que ha sido considerada eficaz, concreta y útil; cercana ya la hora y con ganas de seguir avanzando; como un vivir la experiencia de que es el momento oportuno, de retomar alguno de los aspectos que hay que gestionar, bueno el intento de unidad dentro de la diversidad, subrayando la línea pastoral como elemento importante y necesario en todo el proceso.
Con los correspondientes saludos de despedida, los hermanos reemprendieron el retorno a sus respectivos lugares de origen con la satisfacción de los deberes hechos.
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El mismo Vaticano parece frenar el autoritarismo del cardenal Cipriani

 ATRIO

En ATRIO hemos seguido con atención El pulso de la PUCP de Lima con el cardenal Cipriani. La última pieza movida por el Cardenal consistió en quitar la venia para enseñar a todos los profesores de Teología en la Universidad. Si hasta ahora en su estrategia ha tenido el apoyo del cardenal Bertone, ahora parece que encuentra resistencia en el mismo Santo Oficio, cuya presidencia ocupa el cardenal Müller, amigo de Gustavo Gutiérrez y que ha visitado con frecuencia las comunidades de base en Perú. Nos llega esta noticia delaRepublica.pe. Veremos como acaba la partida…

Vaticano pidió a Cipriani explicar retiro del curso de Teología en la U. Católica

Viernes, 01 de febrero de 2013 | 4:30 am
El prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, Gerhard Müller, habría enviado una carta al cardenal Juan Luis Cipriani, en la que le pide información sobre su decisión de no renovar el mandato para que dicten clases los profesores del Departamento de Teología de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP).
Según informa la revista Caretas, trascendió que el encargado de la Doctrina de Fe del Vaticano le solicitó que le envíe  una copia del expediente en el que resuelve no renovarles el mandato canónico vigente.
Müller le habría indicado que mientras se resuelva el tema en el Vaticano, la universidad podrá seguir dictando los cursos de Teología previstos.
Caretas indica además que personas vinculadas al cardenal aseguraron que este tema nace porque los profesores de la PUCP, a los que se recortó el derecho de enseñanza, enviaron primero una carta a Müller quejándose de haber sido sancionados por motivos doctrinarios.
Sin embargo, Cipriani ha dicho que no le ha llegado ninguna carta hasta el momento, y ha afirmado que no renovó el permiso porque la PUCP no ha cumplido con adaptar sus estatutos, tal como ha exigido el Vaticano.
Ademas, justifica su decisión y asevera que la tomó en base a sus facultades como Arzobispo Ordinario de Lima.
Extraoficialmente se supo que la carta de Müller ha llegado ya, y vía la Nunciatura Apostólica ha sido enviada al cardenal, y una copia a la Conferencia Episcopal, que preside monseñor Salvador Piñeiro.
La decisión de Cipriani de prohibir el dictado de cursos de Teología en la PUCP afecta a muchos estudiantes de dicha universidad, pues para culminar los Estudios Generales Letras es indispensable aprobar al menos un curso de Teología, así como para egresar de la Facultad de Teología; mientras que en educación, deben aprobar dos cursos.

Creer en la política José Arregi, teólogo

En medio del huracán político de estos días, y aun a riesgo de repetir lo que tantos otros están diciendo con más conocimiento y estilo, me siento obligado a añadir mi voz a la suya sobre esta situación que padecemos. No quiero perder la fe en la política, el arte de gestionar cuanto tiene que ver con la vida común de una sociedad. Nadie se puede permitir desentenderse de lo que a todos nos afecta.
Tan cierto como eso es que el grado de corrupción y envilecimiento de la política al que hemos llegado –¿o será que siempre ha sido así y que ahora simplemente lo sabemos un poco mejor, y tal vez todavía no sabemos casi nada?–, el grado de corrupción y envilecimiento, insisto, es tal que la incredulidad o la indiferencia absolutas serían más que comprensibles. Pero no podemos quedarnos ahí.
Nos debatimos entre la indignación y la repugnancia ante la extensión del desastre, y ante la sospecha fundada de que todo es peor de lo que nos dicen y sabemos, al igual que el desastre económico era mucho peor de lo que nos decían y sabíamos hace cuatro años.
El sistema político que los políticos, ellos en primer lugar, y también todos nosotros por acción u omisión, por nuestro simple voto o por nuestra general dejación, hemos montado o tolerado parece haber transformado la política en una oscura trama de lucro y ambición de poder de individuos y partidos. Es degradante. Es intolerable.
Pero perdón.
Todos conocemos a muchos políticos y políticas honradas, que han dado y siguen dando lo mejor de sí a la sociedad, que han renunciado a sueldos más pingües y se han entregado en cuerpo y alma al sagrado bien común. Dignifican la política, y se merecen nuestra admiración y gratitud. Y estoy seguro de que en todos los partidos abundan hombres y mujeres así. Tal vez, incluso, son la gran mayoría. Sí, creo que la gente buena es la mayoría en todas partes, y que la bondad es no solamente la parte mejor sino también la parte mayor en todos, por oculta que a veces esté.
Pero no basta con la buena voluntad de muchos políticos, aunque sean la mayoría. Ni basta con la fe en la bondad de todos, aunque sin ella no podremos hacer nada, nada. Hay que tomar medidas estructurales para impedir que pase lo que pasa.
Muchos dirán que no es momento de apresurarse y que, sobre todo, debemos dejar que los jueces investiguen. Sí, que investiguen. Pero dudo de que todos los jueces puedan investigar todo lo que quieren, e incluso de que quieran investigar todo lo que deben. En cualquier caso, sus conclusiones, tengan el valor que tengan, llegarán seguramente demasiado tarde. Y no podemos esperar. La emergencia política se añade a la emergencia económica. La dictadura financiera amenaza con ser total y definitiva.
Decir que todos los políticos son corruptos es injusto, pero además peligroso, pues, siendo imposible cambiarlos a todos, puede llevarnos a dejarlo todo como está. Decir, al contrario, que tenemos los políticos que nos merecemos solo es verdad en parte, y en cualquier caso se trata justamente de que los políticos sean mejores que nosotros o, más bien, de que, siendo como sean, estén obligados por ley y por control social a gestionar de tal forma nuestros asuntos públicos que nos lleven a vivir mejor, a obrar mejor e incluso a ser mejores para bien de todos.
Es hora de actuar. La política es más necesaria que nunca, pero hay que tomar medidas urgentes para atajar la opacidad y la endogamia de los partidos, que convierten esa noble actividad en una profesión reservada a grupos cerrados al servicio de intereses propios. ¿Qué medidas? Aquellas que puedan asegurar la plena transparencia de todas las cuentas y la mayor democracia interna en los partidos, que pongan fin al sistema de listas cerradas y a los excesivos privilegios de los electos, impidan su permanencia excesiva en los escaños, y garanticen la independencia del poder judicial. Por ejemplo.
Así recuperaremos la fe en la política y en los políticos, la fe en estos pobres seres humanos que somos y en nuestro futuro en la gran comunidad de los vivientes.

Carta a Alfredo Pérez Rubalcaba: “Éste no es un mundo para tibios” José Ignacio González Faus

Le escribo porque, al margen de lo que otros opinen, me da usted la sensación de persona dialogante, honesta, inteligente y que procura dar argumentos en vez de insultos o eslóganes. Al menos, es la impresión que he sacado de usted por comparación con otros políticos.
Como presentación, me limitaré a decir que voté al PSOE en 1982 por única vez. Luego me sentí estafado y retiré mi voto indefinidamente, mientras Felipe González vaticinaba que “iban a morir de éxito”, ¿recuerda? Ahora que les veo a punto de morir -no precisamente de éxito- y con sorpresa de muchos de ustedes, quisiera explicarle el porqué, tal como yo lo veo.
Una frase del libro bíblico del Apocalipsis dice: “Te vomitaré porque no eres frío ni caliente sino tibio”. En mi modesta opinión, la tibieza ha sido la raíz de su crisis actual. Paco Umbral podía ironizar eso mismo periodísticamente, diciendo que ustedes no eran rojos sino infrarrojos. Yo prefiero el lenguaje bíblico por mi deformación profesional.
Le pondré solo unos pocos ejemplos de esa tibieza: durante el tiempo de bonanza económica en que ustedes gobernaron, las canallescas diferencias económicas entre los españoles no disminuyeron. No tuvieron arrojo para pinchar la burbuja que había creado el PP y que ha sido un factor decisivo en nuestra crisis actual, a la que seguimos sin verle salida. Cuando luego los bancos alemanes sacaron el látigo e impusieron sus “deberes”, ustedes se aprestaron a hacerlo diciendo que “eso era ser socialista entonces” y sin que ZP tuviera valor para dimitir y convocar elecciones: las heroicas palabras del presidente (“aunque me cueste personalmente lo que me cueste”) habrían tenido mejor aplicación en aquel momento que en la sumisión posterior al imperio bancario. Hoy, después de un suicidio, aparecen ustedes como decididos a acabar con los desahucios; pero antes, cuando se presentó en el Parlamento una propuesta en este sentido, su partido y el PP se la cargaron sin apelación posible…
Todo eso lo hubiéramos esperado del PP, pero no de ustedes. Y, encima, pretendieron tranquilizar su conciencia con otras presuntas izquierdas “culturales” que eran poco más que una canonización del individualismo reinante que tiene muy poco que ver con la verdadera izquierda. Por eso, creo que el sentido de las elecciones del pasado noviembre fue simplemente éste: para que ustedes hagan lo mismo que el PP, pues vamos a votar a éste que, al menos, lo hace con más desfachatez y menos hipocresía.
A eso llamo tibieza: al abandono de la solidaridad radical, que prefiero llamar misericordia entendiendo la palabra etimológicamente (el corazón puesto en los miserables) porque, entendida así, queda bien claro que la primera obra de esa misericordia es el hambre y sed de justicia, como dicen las bienaventuranzas de Jesús.
Creo que se engañaron ustedes con aquello de que son un partido “con vocación de gobierno”. No existe esa vocación; y quien pretende gobernar a toda costa se expone a muchas infidelidades a sí mismo y a que se le suban al partido unos cuantos chorizos de ésos que viven tratando de pescar en río revuelto. Un buen partido debe tener vocación “de cambiar la sociedad” y esto puede hacerse también desde fuera del gobierno: si luego el pueblo sabe apreciarlo, ya les dará el gobierno. Y si no, se cumplirá aquello de que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen. Y pueblos con un nivel de educación tan bajo y un nivel de consumismo y domesticación tan altos como el nuestro, pues quizá tendrán el gobierno que se merecían…
A todo eso es a lo que he llamado “tibieza”. Y ahora quisiera explicarle por qué eso me resulta “vomitivo” (según la expresión bíblica), en una situación como la actual. A mi entender, cualquier persona honesta deberá reconocer que la sociedad humana es un inmenso océano de sufrimiento, de crueldad y de maldad. Cada día mueren de hambre cerca de doscientas mil personas; hay millones de niños trabajando como esclavos, en China centenares de millones de campesinos se hunden más en la pobreza, aunque nosotros solo hablamos de los pocos millones que crecen al 8%; ríos de sangre han corrido en torno a los diamantes de Sierra Leona o el coltán de nuestros móviles; guerras fratricidas como las de la antigua Yugoslavia con sus torrentes de crueldad; miles de africanos explotados para poder pagar el viaje en una patera infame y morir, quizá, luego en el mar; mafias sin conciencia de narcotraficantes y proxenetas; bancos que, por ganar todavía más, embaucan a pequeños humildes insolventes para luego desahuciarlos y quedarse con sus casas, sin saber qué hacer con ellas y sin dar por saldada la deuda con eso; millones de norteamericanos a los que una enfermedad obliga a gastar los ahorros de toda o casi toda su vida; campesinos que no pueden vender sus productos porque otros países subvencionan la agricultura para que pueda vender más barato. Y la tortura que sigue practicándose a escondidas, pero con más frecuencia de lo que imaginamos….
Sí: un inmenso mar de lágrimas, de dolor y de maldad ante el que preferimos cerrar los ojos y en el que solo afloran bastantes islotes u oasis aislados de bondad y de compasión, a veces de una calidad estremecedora, que ofrecen una tierra donde poner el pie de la esperanza. Mi sueño es que esos islotes acaben juntándose hasta formar un pequeño continente. Pero hasta que eso llegue, debemos reconocer que nuestra reacción ante el panorama descrito es de una tibieza desesperante. Decimos amar la solidaridad y reconocemos la existencia de algunas injusticias, sobre todo cuando nos afectan. Pero nuestra vida se orienta hacia otros pequeños absolutos, a veces ridículos: el partido, la patria, la iglesia, el iPad, el equipo de fútbol, la nueva pareja (propia o de alguna estrella mediática) que durará seis meses… Y, mientras, nosotros nos acomodamos en esas pendejadas, las lágrimas humanas siguen inundando el planeta como una tormenta tropical.
Ante ese panorama se me hace cada vez más seria la afirmación de los teólogos de la liberación: “Solo hay dos absolutos: Dios y las víctimas”. Y si alguien no cree en Dios debería decir: solo hay un absoluto: los sufrientes de este planeta. A su lado, todos nuestros pequeños dioses merecen las imprecaciones del Antiguo Testamento: “Son obra de manos humanas, tienen ojos y no ven, oídos y no oyen, tiene pies y no caminan”. Y no nos hacen ver ni caminar.
Hace sesenta años oí decir a Pío XII: “Es todo un mundo lo que hay que rehacer desde sus cimientos”. Me pregunto si hoy no es todo un mundo lo que hemos deshecho hasta sus cimientos. En cualquier caso, me resulta cada vez más lúcida la afirmación del gran cristiano y profeta que fue E. Mounier: en el futuro los hombres no se dividirán por creer o no creer en Dios, sino por la postura que tomen ante las víctimas de la tierra.
Por supuesto, no le echo a usted la culpa de todo eso (culpa, es probable que tenga yo más). Solo quería explicarle que me parece que por ahí va la anemia actual de su partido: la tibieza les ha hecho perder identidad porque éste no es un mundo para tibios. Y conste que mucho deseo que puedan recuperarse pronto. Ustedes ya parecen reconocer algo de esto cuando, ante la aparición de movimientos como el 15M, no reaccionan con el rechazo y la desautorización, sino con una mueca de simpatía. Por insuficiente que sea, algo quiere decir eso: es un reconocimiento tácito de su mal camino.
Y comprenderá cuánto deseo que reencuentren el camino (estrecho) de una verdadera izquierda.

España, ¿ “vergüenza” o “culpa” ? José M. Castillo, teólogo

Las noticias de corrupción política, económica, moral…, que nos llegan cada día, se van amontonando como se amontona la basura que ensucia y apesta las calles de no pocas de nuestras ciudades.
A uno le da por pensar que este país se parece, cada día más, a un enorme estercolero en el que se nos hace, de día en día, más insoportable seguir viviendo. ¿Qué nos está pasando en España?
Estas situaciones no se producen de la noche a la mañana. Ni tienen su explicación en la maldad o en la degradación de tal o cual persona, de este grupo político o de aquella formación religiosa. Estas situaciones son la expresión de fenómenos sociales, que corresponden a determinadas formas de cultura. Y es ahí, en la cultura que hemos mamado, donde se vienen gestando los hechos escandalosos que nos ponen las manos en la cabeza. Por eso andamos escandalizados, indignados y hasta desconcertados. Insisto: ¿qué nos está pasando?
Para empezar, yo diría que estos fenómenos no son tan simples como algunos se imaginan. Se sabe que ya, en el paso de la Epoca Arcaica, en la antigua Grecia, a la Epoca Clásica, los historiadores mejor documentados han descubierto dos formas de cultura bien diferenciadas: la “cultura de la vergüenza”, que predomina en la sociedad descrita por Homero, y la “cultura de la culpabilidad”, más propia de la Grecia Clásica, por ejemplo en Aristóteles, el primero que habló del amor mutuo para referirse a Dios (E. R. Rodds).
Al hablar de este asunto, no estamos ante una mera curiosidad histórica propia de eruditos. El problema es mucho más serio. Y también más actual. Para un hombre de la “cultura de la vergüenza”, el sumo bien no es disfrutar de una conciencia tranquila, sino disfrutar de estima pública. Mientras que, para el hombre de la “cultura de la culpa”, la paz y la felicidad se alcanzan cuando se libera la represión de deseos no reconocidos, de forma que el sujeto sabe y acepta lo que realmente quiere y cómo pretende conseguirlo.
Estamos, pues, ante dos formas de entender la vida, de gestionar los impulsos del deseo y de organizar la relación con uno mismo y con los demás. Por supuesto, no se trata de optar por una de estas dos formas de cultura, excluyendo la otra. Eso no es posible. Porque, tanto los sentimientos de culpa, como la pretensión de estima, son dos fuerzas seguramente irresistibles que están inscritas en la sangre misma de nuestras experiencias más hondas. El problema está, más bien, en saber cuál de estas dos formas de cultura es la más determinante en nuestra historia reciente y en la actualidad. ¿Qué es lo que más se ha fomentado en nuestra educación y en la preocupación directriz de nuestras vidas?
Yo tengo la fundada convicción de que se nos ha educado más para ser personas importantes, que para vivir con la conciencia tranquila. Por eso valoramos más el buen nombre que la buena conciencia. De ahí que, en un momento histórico como el actual, en el que el “factor dinero” es tan determinante, quienes tienen a su alcance holgadas posibilidades de engrosar su capital – y eso en la cima de la fama, el poder y la popularidad -, si no son personas de una integridad moral a prueba de bomba, caen como chinches en la degradación y en la desvergüenza, hasta el extremo de aparecer como personas respetables, cuando en realidad son unos miserables, gente que es capaz de arruinar un país entero, pero, eso sí, teniendo su buen nombre a buen recaudo y, por supuesto, las cuentas claras posiblemente en más de un paraíso fiscal.
Así las cosas, me parece que (por ahora) esto tiene poco remedio. No basta con cambiar de gobernantes. Se trata de reorientar nuestra cultura. Para cualquier país, es cosa de locos tolerar que manden los ineptos y los corruptos. Pero ese peligro resulta un incendio mortal cuando semejante situación es lo que fomenta la cultura dominante.