FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

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ATALAYA

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lunes, 22 de octubre de 2012

Directores de Bilbao, León y Madrid

Los días 19 a 21 de octubre tuvo lugar en León, en la Casa Inspectorial, un Encuentro de formación para Directores Salesianos de las Inspectorías de Bilbao, León y Madrid. En total participaron en le mismo 57 salesianos.
Texto: Iñaki Lete
Foto: Luis Fernando López Falagán 

El curso centró la atención sobre el tema del “liderazgo”, aplicado al salesiano que tiene como misión la animación de la comunidad y de la obra salesiana local. El curso estuvo impartido por el jesuita José Mari Guibert, profesor en la Universidad de Deusto y experto en el acompañamiento de grupos de reflexión y formación sobre la identidad de una institución. En un primer momento del curso el P. Guibert presentó las características para ejercer este ministerio. En la mañana del domingo presentó el itinerario que se está siguiendo en la Compañía de Jesús para llegar a la unificación de las diversas provincias religiosas de España en una única provincia, en el año 2014.
Dado que los salesianos están viviendo un proceso parecido, la reflexión sirvió para compartir experiencias y ver posibles acciones que favorezcan el proceso.
Todo el Encuentro sirvió, además, para reforzar el conocimiento mutuo de los participantes y compartir el trabajo que nos llevará a la unificación de las tres provincias actuales en una sola provincia.
Los momentos de oración y la convivencia informal y fraterna fueron también elementos que favorecieron la creación de un verdadero clima salesiano de familia.

Juan XXIII detestaba la idea de ‘cruzada’ - J. G. B.

El Papa quería modernizar su Iglesia superando el Concilio Vaticano I
No ha habido muchos concilios universales (ecuménicos) en la historia de la Iglesia, ahora llamada Romana. Apenas veintiuno. En palabras de Francisco de Vitoria, “desde que los papas comenzaron a temer a los concilios, la Iglesia están sin concilios, y así seguirá para desgracia y ruina de la religión”. El dominico español escribió esto en 1530. Desde entonces, ha habido tres concilios, dos para oponerse a la modernidad (Trento, en 1545; el Vaticano I en 1869); un tercero en 1962, para el aggiornamiento’(para poner al día al cristianismo romano).
No es cierto que la convocatoria del Vaticano II fuese una sorpresa. Un concilio estuvo en la cabeza de Pío XII, que desistió agobiado por problemas más acuciantes. También fueron conscientes de su necesidad Pío XI y Benedicto XV. Era muy evidente que la Iglesia romana estaba fuera del mundo desde el Vaticano I, celebrado casi un siglo antes bajo la batuta de un pontífice desbocado, Pío IX. Así que Juan XXIII, un Papa fieramente humano, quería nada menos que poner al día (aggiornamiento) a su Iglesia.
Quería borrar la huella del Vaticano I, donde Pío IX, un psicópata, se había proclamado infalible y engordaba cada día el Syllabus errorum modernorum, en guerra total contra la modernidad entera. Su Índice de libros prohibidos, un apagón cultural más allá de toda imaginación, incluía a los fundadores de la ciencia moderna e incluso a la Crítica de la razón pura de Kant, y desde luego a Copérnico y Galileo, a Descartes y Pascal, a Spinoza, Mill, Comte, Condorcet y Ranke, por supuesto a Rousseau y Voltaire, a la Enciclopedia de Diderot y hasta al Diccionario Larouse, y también a los más grandes de la literatura de todos los tiempos.
Si después de Auschwitz y dos guerras mundiales era difícil escribir poesía (como supuso Adorno), peor lo tenía la Iglesia romana, fuera del mundo desde que Pío IX acordó aquel catálogo de los errores que incluía a todo lo que se moviera más allá (y más acá) de Trento. Con Pío IX, Roma se echó encima a media humanidad. La gota que colmó el vaso fue su decisión de proclamarse a sí mismo ¡infalible! decidiendo, además, que tal cosa era dogma de fe. Grandes prelados del Vaticano I, sobre todo los centroeuropeos, salieron despavoridos del concilio tras fracasar en su intento de impedir semejante extravagancia.
Juan XXIII quiso cerrar el error Vaticano I con un nuevo concilio, para colocar a su iglesia en la modernidad, haciéndola humana, sensible, cercana. Sus propuestas iban en esa dirección, no había otra posible. Y quiso hacerlo desde la verdad, desde la humildad. Lo dijo con palabras que aún parecen provocativas porque obispos españoles siguen predicando lo contrario. Afirmó: “La libertad religiosa debe su origen, no a las iglesias, ni a los teólogos, y ni siquiera al derecho natural cristiano, sino al Estado moderno, a los juristas y al derecho racional mundano, en una palabra, al mundo laico”.
El régimen rechazaba a Roncalli, quien no rendía pleitesía al dictador
Suele creerse que la elección de Juan XXIII sorprendió a todo el mundo. No es cierto. El cardenal Roncalli era un papable seguro desde que fue encargado por Pío XII para resolverle la terrible crisis del episcopado francés que había colaborado con el régimen filonazi del mariscal Petain. El diplomático Roncalli, entonces arzobispo, viajó a París como nuncio apostólico y en apenas tres meses logró convencer al general De Gaulle de que la República renunciase a enviar al exilio (e, incluso, a procesar) a los mitrados colaboracionistas (una veintena), limitándose a castigar a tres de ellos con un ostracismo bendecido por el Vaticano. Fue la de Roncalli una gestión impresionante, universalmente aclamada (salvo en la España nazi-católica, obligada al silencio).
En España, había una razón para recelar de la convocatoria del concilio. El papa Roncalli era detestado por el Régimen. Poco antes de ser elegido Papa, en pleno cónclave (28 de octubre de 1958), el embajador de España ante la Santa Sede dirigió un telegrama al ministro de Asuntos Exteriores cuyo texto decía: ‘Alejado el peligro Roncalli’. Horas después, Roncalli era elegido papa. Siendo ya cardenal, había viajado por España durante semanas sin rendir pleitesía al llamado Caudillo, ni a otras autoridades eclesiásticas, como era costumbre, haciendo a veces ironías sobre la extravagante situación política española.
Había otras razones. Era conocido que al papa Roncalli le disgustaba que a la guerra civil desatada por Franco con el apoyo de los jerarcas eclesiásticos se le llamase Cruzada (tenía prohibido usar esta palabra en su presencia). Y también que había ordenado paralizar todos los procesos de beatificación de los llamados mártires de esa criminal contienda. Franco supo también que Roncalli había protegido a los nacionalistas vascos en el exilio, entonces democristianos, sobre todo desde la Nunciatura del Vaticano en París. Lo cierto es que Juan XXIII –al que se atribuían orígenes familiares en el valle navarro del Roncal-, conocía muy bien la realidad de los obispos españoles, muchos de los cuales, en el momento de empezar el concilio, estaban celebrando con grandes palabras, con obscenos sermones, los llamados Veinticinco Años de Paz en España.

Los teólogos critican a los obispos por su “insensibilidad” ante la crisis - Juan G. Bedoya

La Asociación Juan XXIII dice que los Acuerdos de la Santa Sede impiden a los obispos optar por los marginados
“La crisis ha sido provocada, no solo por la economía, sino, como componente muy decisivo, por la corrupción. Los desastres que está causando han sido motivados por el dinero y el capital, pero también, y quizá en mayor medida, por la falta de ética y la desvergüenza de quienes han tenido la mayor responsabilidad en este desastre”.
Lo dice la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII. También lamenta el silencio de la Conferencia Episcopal Española. Dicen los teólogos en un largo comunicado: “Creemos que los obispos, en España y en Europa, están cometiendo el mayor escándalo de los últimos tiempos. Las religiones, y concretamente la Iglesia católica en España, siguen teniendo un peso de autoridad moral importante, que puede ser decisivo en asuntos que afectan de forma tan directa a la conducta moral de los ciudadanos y a la felicidad o la infelicidad de quienes peor lo pasan en la vida”.
La principal asociación de teólogos en España valora las manifestaciones y actitudes solidarias de algunos obispos. Pero les preocupa especialmente “el silencio de un sector importante de la Iglesia jerárquica o la postura condescendiente con las injustas medidas gubernamentales ante un estado de cosas que entraña tanto dolor e inseguridad en los individuos y en las familias, y tanta desesperanza ante el futuro incierto y grave que se nos avecina”.
Ante esta actitud, gran parte de opinión pública considera que la institución eclesiástica se ha integrado en el sistema económico-político impuesto, y que es parte del sistema, lo justifica, lo legitima, lo defiende y lo protege. Los teólogos se preguntan, en consecuencia: “¿Cómo se puede predicar el Evangelio de Jesús en tales condiciones?” La respuesta es que la Iglesia necesita una renovación a fondo y una recuperación evangélica.
“Callarse o hacer declaraciones tibias en esta situación es el peor pecado de omisión que ahora mismo se puede cometer. Estamos ante un escándalo que clama al cielo. No se puede comprender cómo nuestros obispos protestan por las cuestiones que afectan a la moral sexual, tal como ellos la entienden y la proponen, o por la defensa de sus privilegios económicos y legales, al tiempo que se muestran insensibles ante el sufrimiento de tantas personas que se ven obligadas a cargar con el yugo más pesado que los empobrecidos tienen que soportar. En esto se juega el ser o no ser de la Iglesia. Porque una Iglesia, cuya jerarquía guarda silencio o se expresa con una ambigüedad pretendidamente neutral ante una situación tan extremadamente grave, no puede ser la Iglesia que quiso Jesús de Nazaret”, sentencian.
Concluyen recordando la figura ejemplar del papa Juan XXIII y el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II. “Pedimos de forma apremiante a los obispos que las actitudes solidarias y las denuncias radicales contra los poderosos se constituyan en criterio rector de nuestras vidas: la opción por los empobrecidos, la austeridad, la solidaridad con los marginados, la mesa compartida con quienes carecen del sustento diario, la compasión con los que sufren, la justicia y el trabajo por la paz, y renuncien a los privilegios que les otorgan los Acuerdos de 1979 y que les impide optar por los sectores marginados”, piden.

Comensalidad: paso de lo animal a lo humano - Leonardo Boff, teólogo, filósofo y escritor

Enviado a la página web de Redes Cristianas
La especificidad del ser humano surgió de una forma misteriosa y es de difícil reconstrucción histórica. Pero hay indicios de que hace siete millones de años a partir de un antepasado común habría comenzado la separación lenta y progresiva entre los simios superiores y los humanos.
Etnobiólogos y arqueólogos nos señalan un hecho singular. Cuando nuestros antepasados antropoides salían a cosechar frutos, semillas, cazas y pesca, no comían individualmente. Recogían los alimentos y los llevaban al grupo. Y ahí practicaban la comensalidad, esto es: distribuían los alimentos entre ellos y los comían comunitariamente. Esta comensalidad permitió el salto de la animalidad hacia la humanidad. Esa pequeña diferencia hace toda una diferencia.
Lo que ayer nos hizo humanos, todavía hoy sigue haciéndonos de nuevo humanos. Y si no está presente, nos hacemos deshumanos, crueles y sin piedad. ¿No es esta, lamentablemente, la situación de la humanidad actual?
Un elemento productor de humanidad, estrechamente ligado a la comensalidad, es la culinaria, la cocina, es decir, la preparación de los alimentos. Bien escribió Claude Lévi-Strauss, eminente antropólogo que trabajó muchos años en Brasil: «el dominio de la cocina constituye una forma de actividad humana verdaderamente universal. Así como no existe sociedad sin lenguaje, así tampoco hay ninguna sociedad que no cocine algunos de sus alimentos».
Hace 500 mil años el ser humano aprendió a hacer fuego y a domesticarlo. Con el fuego empezó a cocinar los alimentos. El «fuego culinario» es lo que diferencia al ser humano de otros mamíferos complejos. El paso de lo crudo a lo cocido se considera uno de los pasos del animal al ser humano civilizado. Con el fuego surgió la cocina propia de cada pueblo, de cada cultura y de cada región.
No se trata nunca de cocinar solamente los alimentos sino de darles sabor. Las distintas cocinas crean hábitos culturales, entre nosotros frecuentemente vinculados a ciertas fiestas como Navidad (pavo asado), Pascua (huevos de chocolate), año nuevo (carne de cerdo) san Juan (maíz asado) y otras.
Nutrirse nunca es un acto biológico individual mecánico. Consumir comensalmente es comulgar con los que comen con nosotros, comulgar con las energías cósmicas que subyacen a los alimentos, especialmente la fertilidad de la tierra, el sol, los bosques, las aguas y los vientos.
Debido a este carácter numinoso del comer/consumir/comulgar, toda comensalidad es en cierta forma sacramental. Adornamos los alimentos, porque no comemos sólo con la boca sino también con los ojos. El momento de comer es uno de los más esperados del día y de la noche. Tenemos la conciencia instintiva y refleja de que sin el comer no hay vida ni supervivencia, ni alegría de existir y de coexistir.
Durante millones de años los seres humanos fueron tributarios de la naturaleza, sacaban de ella lo que necesitaban para sobrevivir. De la apropiación de los frutos de la naturaleza evolucionaron hacia su producción mediante la creación de la agricultura que supone la domesticación y el cultivo de semillas y plantas.
Hace unos 10 a 12 mil años ocurrió tal vez la mayor revolución de la historia humana: de nómadas, los seres humanos se hicieron sedentarios. Fundaron los primeros pueblos (12.000 a.C.), inventaron la agricultura (9.000 a.C.) y empezaron a domesticar y a criar animales (8.500 a.C.). Se creó un proceso civilizatorio extremadamente complejo con revoluciones sucesivas: la industrial, la nuclear, la cibernética, la de la nanotecnología, la de la información hasta llegar a nuestro tiempo.
Primero, fueron cultivados vegetales y cereales salvajes, probablemente por obra las mujeres, más observadoras de los ritmos de la naturaleza. Todo parece haberse iniciado en Oriente Medio entre los ríos Tigris y Éufrates y en el valle del Indo de la India. Ahí se cultivó el trigo, la cebada, la lenteja, las habas y el guisante. En América Latina fue el maíz, el aguacate, el tomate, la yuca y los fríjoles. En Oriente fue el arroz y el mijo. En África, el maíz y el sorgo.
Después, hacia 8.500 a.C. se domesticaron especies animales, comenzando por cabras, carneros, y luego el buey y el cerdo. Entre las galináceas la primera fue la gallina. Todo fue por la invención de la rueda, la azada, el arado y otros utensilios de metal hacia el año 4.000 a.C.
Estos pocos datos son hoy día avalados científicamente por arqueólogos y etnobiólogos usando las más modernas tecnologías del carbono radioactivo, el microscopio electrónico y el análisis químico de sedimentos, de cenizas, de pólenes, de huesos y carbones de maderas. Los resultados permiten reconstruir cómo era la ecología local y cómo se efectuaba su utilización económica por parte de las poblaciones humanas.
Al plantar y recoger el trigo o el arroz se podían crear reservas, organizar la alimentación de los grupos, hacer crecer la familia y así la población. El ser humano tuvo que ganar la vida con el sudor de su frente. Y lo hizo con furor. El avance de la agricultura y de cría de animales hizo desaparecer lentamente la décima parte de toda la vegetación salvaje y de todos los animales. Todavía no había preocupación por la gestión responsable del medio ambiente. También sería difícil imaginarla, dada la riqueza de los recursos naturales y la capacidad de regeneración de los ecosistemas.
De todas formas, el neolítico puso en marcha un proceso que nos ha llegado hasta el día de hoy. La seguridad alimentaria y el gran banquete que la revolución agrícola podría haber preparado para toda la humanidad, en el cual todos serían igualmente comensales, todavía no puede ser celebrado todavía. Más de mil millones de seres humanos están a los pies de la mesa, esperando alguna migaja para poder matar el hambre.
La Cúpula Mundial de la Alimentación celebrada en Roma en 1996, que se propuso erradicar el hambre para el 2015, dijo que «la seguridad alimentaria existe cuando todos los seres humanos tienen, en todo momento, acceso físico y económico a una alimentación suficiente, sana y nutritiva, que les permite satisfacer sus necesidades energéticas y sus preferencias alimentarias a fin de llevar una vida san y activa». Ese propósito fue asumido por las Metas del Milenio de la ONU. Lamentablemente la propia FAO en 1998 y ahora la ONU comunicaron que estos propósitos no serán alcanzados a menos que se supere el foso demasiado grande de las desigualdades sociales.
Mientras no demos este salto no completaremos todavía nuestra humanidad. Este es el gran desafío del siglo XXI, el de ser plenamente humanos.

A LA ORILLA DEL CAMINO - CARMEN ILABACA HORMAZÁBAL

ecleSALia 22 de octubrede 2012
"PREMIO ALANDAR 2011"
 
CARMEN ILABACA  ORMAZÁBAL, ccbilabaca@hotmail.com
CHILE.

ECLESALIA, 22/10/12.- Una madre al ver el negativo comportamiento de su hijo, se coloca muy triste y musita: “¿Qué habré hecho mal? Sin tener esta dolida madre culpa alguna… obviamente esto queda más para un estudio psicológico sobre maltrato, violencia, etc. Pero, esto mismo, me hace sentir a mí al ver cómo la gente se reúne a raíz de las diferentes celebraciones de los 50 años del Concilio; congresos de Teología en el Vaticano y también en Brasil…: este último, además, celebrando los 40 años de la Teología de la Liberación, lo que obviamente en el Vaticano no se tocó… ¡No!, mejor digo: ¡Quedó pendiente!
Las celebraciones por este hecho ha sido también en diferentes comunidades, donde los laicos, en su mayoría conformado por mujeres, han sido los protagonistas.
Cincuenta años… cincuenta años, medio siglo a la espera de ver resultados tangibles de este cónclave… “… quien, no perseverando en la caridad, permanece en el seno de la Iglesia «en cuerpo», mas no «en corazón” (LG 14).
Nosotras hemos puesto el cuerpo y corazón en bien de nuestra querida Iglesia… se ha realizado un verdadero servicio diario por tantas mujeres que seguimos a este Señor de la Vida y de la fe.
En todas las reuniones que he participado, en su mayoría conformada por mujeres nos seguimos mirando… nos seguimos preguntando… ¿Y nosotras?
 “No hay, de consiguiente, en Cristo y en la Iglesia ninguna desigualdad por razón de la raza o de la nacionalidad, de la condición social o del sexo, porque «no hay judío ni griego, no hay siervo o libre, no hay varón ni mujer. Pues todos vosotros sois "uno" en Cristo Jesús» (Ga 3,28 gr.; cf. Col 3,11). (LG 32).”
Entonces, cómo podríamos entender el párrafo anterior… “…ninguna desigualdad por razón de la raza o de la nacionalidad, de la condición social o del sexo…”.
Si este texto es de la Lumen gentium, documento de constitución dogmática de la Iglesia, aprobado, firmado, divulgado “a la grey”… por qué nos hacen sentir a nosotras a la orilla del camino… (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
Con cariño desde Chile,
Carmen