FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

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ATALAYA

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viernes, 25 de mayo de 2012

LA BRECHA ENTRE EL CLERO Y EL PUEBLO

La primera llaga que señaló Rosmini es el foso abierto entre el clero y el pueblo. El escribía a mitad del siglo XIX. Hoy, iniciando la aventura apasionante de entrar al siglo XXI, esa herida continúa y no se le ve remedio.Todavía está vigente la figura del rebaño y del pastor, una figuración muy hermosa, poética, idílica. Jesús la empleó porque pertenecía al mundo campesino.
Y de niño y joven debió ver rebaños de ovejas y ganado caprino, guiados por pastores semi rústicos. Después descubrió la vida marinera, pero nunca se olvidó de la vida campestre. Sin embargo es una figura que nos ha hecho mucho mal. Los seguidores de Jesús no son un rebaño sino una familia o comunidad de hermanos. Las ovejas son animales simpáticos pero muy tontos.
No tienen la independencia de otros animales: los gatos, por ejemplo, son autovalentes, los perros son buscadores de caminos nuevos y conocen las ciudades y pueblos mejor que los geógrafos y los alcaldes; los pájaros miran el paisaje desde arriba y eligen sus presas o sus alimentos; las tortugas nacen y se autodireccionan hacia el mar. Corderos y ovejas van donde las lleven, se asustan de los perros guardianes, siguen a la que va haciendo sonar una campanita, necesitan resguardo para pasar la noche, se dejan trasquilar sin dar un balido. Un animal dependiente, tímido, gregario y atontado.
Frente a creyentes convertidos en rebaños se levantan, entonces, pastores que se adueñan de todo, hasta de las conciencias de la gente. Hay muchas personas que dicen que no reciben la comunión o que se sienten castigadas en su pertenencia a la iglesia porque un cura se lo dijo o se lo mandó: “Usted puede o no puede comulgar”. “Usted puede o no puede casarse con alguien que está separado”. “Usted puede o no puede comer tal alimento en cuaresma”. Y cristianas y cristianos del rebaño dicen amén, totalmente dominados en sus decisiones personales en las que nadie puede meterse sin violar las conciencias.
En una comunidad de hermanos, las cosas no deben suceder así. Los que tienen el servicio de ayudar a hacer crecer en la fe, la esperanza y la caridad, podrán proponer las enseñanzas del evangelio, podrán hacer presente la opinión histórica y quizá mayoritaria de la iglesia, podrán señalar las enseñanzas dejadas por los teólogos. Pero jamás podrán imponer respuestas. En la comunidad de discípulos de Jesús el fuego es para avivar la llama del amor a Dios y a los hermanos, nunca para quemar en la hoguera a los prójimos.
La brecha que Rosmini veía en su tiempo entre pueblo y clero se ha acrecentado con los años. El señalaba como una de las causas, la celebración de los ritos en latín. Hoy, el problema es mayor. No se trata del latín; se trata del rito mismo, de su significación, de su influencia en la vida de los creyentes. Se trata de la usurpación de las celebraciones litúrgicas por parte del clero.
Y se da, in crescendo, una situación que nadie podrá resolver sin un golpe a la cátedra: la doctrina católica señala que la comunidad se nutre y crece en la celebración de la Eucaristía. Pero la Eucaristía es propiedad del clero. Sin embargo, es un hecho que las comunidades tienen un crecimiento vegetativo y que el clero está hace muchos años en un proceso de declinación. No sólo no crece, sino que disminuye frente a la explosión de un mundo que se duplica cada tantos años. La brecha será cada vez mayor.
¿Cómo van a celebrar la Eucaristía las comunidades si el clero es el único responsable de ese sacramento fundamental?
Buen tema para la reflexión de este blog. Amiga, amiga, formúlese preguntas y respóndalas desde el corazón. Converse con otros y analice las opiniones de todos. La verdad anda repartida en las experiencias humanas de la gente.

EL MODELO SACERDOTAL (Su crisis de identidad)


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 Por JOSÉ COMBLIN, TEÓLOGO
La separación entre lo sagrado y lo profano
Constituido en el siglo XVII tendió a exasperar la separación entre el clero y el pueblo. Se multiplicaron los signos visibles de la separación: ropa diferente, casa aislada, no participación de los padres en el trabajo manual, en el comercio, en las actividades profanas. El padre se reserva exclusivamente para actividades sagradas. El lenguaje es propio.
El padre no puede aparecer en los lugares públicos de encuentro de personas: teatros, estadios, circos, lugares de diversión, playas y cines. No puede ver espectáculos profanos. Su conversación debe ser muy reservada. En la propia iglesia todo muestra la separación: Hay un espacio reservado para el padre y otro para el pueblo, y nadie puede pasar la frontera, a no ser por absoluta necesidad, por ejemplo, el sacristán o las encargadas de la limpieza. El confesionario es un modelo de esta separación. El padre y el penitente ni siquiera pueden mirarse y reconocerse. La distancia es total. No es diálogo entre las personas, sino diálogo entre pecado y absolución. El pecado entra por un lado y la absolución sale por el otro.
¿Cuál es la razón de ser de tal separación? Si consultamos los libros de espiritualidad sacerdotal del siglo XVII no hay duda: se trata de la separación entre lo sagrado y lo profano, exactamente lo que Jesús vino a suprimir. El padre es el hombre de lo sagrado: su dominio es el mundo sagrado, el edificio del templo, el lugar de administración de los sacramentos. Su mundo es poblado de objetos sagrados: el material de los sacramentos, las imágenes, los libros sagrados. Su trabajo es el sacrificio. La misa es vista en la línea de los sacrificios del Antiguo Testamento. El padre es aquel cuyo trabajo consiste en celebrar la misa.
Lo que él hace son misas. El cardenal que me ordenó dijo un día en un retiro sacerdotal: si el padre celebra la misa y reza el breviario, cumplió su obligación. De hecho su sacerdocio consiste es esto: mantener las funciones sagradas. El resto es facultativo, y puede ser peligroso. No lo constituye como sacerdote.
Estas actividades sacerdotales son totalmente inaccesibles a los laicos. Ellas marcan una separación radical. Son dos modos de vida totalmente separados, pues entre lo profano y lo sagrado no hay comunicación.
Durante tres siglos se construyó un edificio destinado a consolidar y garantizar el aislamiento del sacerdote, que era el ideal que debía ser preservado de cualquier manera. Había la teología del sacramento del Orden. Metafísicamente sacerdote y laico eran dos realidades diferentes. En su ser metafísico el sacerdote era diferente del laico. Esta separación metafísica debía tener sus aplicaciones en la práctica.
La preparación para el sacerdocio tenía por finalidad separar al sacerdote del mundo exterior. El candidato al sacerdocio aprendía la filosofía y la teología escolásticas, que eran incomprensibles para las personas de afuera, y lo tornaban incapaz de entender los pensamientos de los otros. Los estudios levantaban una barrera que impedía cualquier comunicación. El padre no podía dialogar, él debía sólo enunciar la verdad de la cual era depositario, suponiendo que los otros entendiesen. Así fueron los misioneros de la Colonia: enseñaban en portugués a los indios que no los podían entender, para explicarles que debían someterse a los soldados del rey que era el Gran Maestro de la Orden de Cristo y tenia delegación del Papa para imponerles sus órdenes.
Los seminarios eran hechos para aislar. Eran como un monasterio autosuficiente. Los alumnos no tenían necesidad de salir. Tenían todo en la casa. Estaban bien protegidos contra cualquier contacto mundano que los pudiese contaminar.

La Ley del celibato
Además de eso, fue aplicada la ley del celibato. En los orígenes la razón del celibato es lo sagrado. Siendo el padre reservado para las funciones sagradas no puede contaminarse con actos sexuales. Esta fue la razón primitiva, y ella permanece hasta hoy, aunque hayan sido agregadas otras motivaciones. La base es la oposición entre sexo y sagrado. De esta manera la separación entre clérigo y laico es mayor todavía. Pues el celibato separa de manera simbólica muy fuerte. Separa de todas las mujeres y separa de los hombres casados. Para muchos pueblos la entrada en el mundo de los adultos es el matrimonio. Sin el matrimonio el sacerdote permanece fuera del mundo. Es lo que se pretende fortalecer.
Además de eso, el celibato da a los sacerdotes un sentimiento de superioridad moral notable. Debido a que son célibes, los padres se sienten más santos, más heroicos, moralmente superiores, lo que les atribuye una autoridad moral para definir los valores morales en todos los asuntos. El celibato es como la barrera que separa a los santos de los pecadores. Si el padre se reconoce pecador, es como señal de humildad, es una prueba más de su superioridad moral. No es el caso de los laicos, que son pecadores por esencia.
De ahí la convicción en el mundo popular que el matrimonio es sinónimo de pecado. Por esto los sacerdotes no se casan, cree el pueblo simple. En cuanto a los laicos, ya que son pecadores, por definición, el matrimonio es permitido, pero no deja de ser pecado también, un pecado tolerado. Esta convicción todavía puede encontrarse en el mundo popular. Los padres no pueden casarse porque no puedepecar. Ellos deben ser santos.
Todo esto concuerda plenamente con el modelo de sacerdocio que se pretendió inculcar en el siglo XVII. Sin embargo, una vez que nacen dudas respecto a la relevancia histórica de este modelo, todo comienza a ser cuestionado. De ahí que el sentimiento de pérdida de identidad del sacerdote se ha convertido en un problema permanente en la Iglesia de hoy.
Extracto del libro “O povo de Deus”, de José Comblin, publicado por editorial Paulus-Brasil, 2da edición año 2002, pág. 396-398. Traducción al castellano de Juan Subercaseaux A. y Leyla Reyes Z.

Indignado con el patriarcado

Juan José Tamayo, teólogo

Jesús mostró su indignación de manera especial con la sociedad y la religión patriarcales de su tiempo. El cristianismo histórico ha mantenido oculta esa actitud durante muchos siglos, ya que las iglesias cristianas se han configurado patriarcalmente y necesitaban legitimar dicha configuración a través de una imagen igualmente patriarcal del propio Jesús, de su mensaje y su práctica.
Tampoco la exégesis y la teología fueron capaces de descubrir esa indignación, ya que han operado hasta muy recientemente con métodos histórico-críticos androcéntricos, que resultaban patriarcales en la comprensión de la realidad, en la traducción e interpretación de los textos y en las imágenes que ofrecían de Jesús en la predicación, la catequesis, los tratados de teología y los libros de piedad.
Hoy, gracias sobre todo a la hermenéutica y a la teología feministas de la sospecha y a los estudios de antropología cultural y de sociología del Nuevo Testamento, del cristianismo primitivo y del Jesús histórico, se está poniendo de manifiesto la centralidad de la indignación de Jesús contra el patriarcado religioso, político, social y jurídico de su tiempo.
Jesús reconoce a las mujeres la dignidad que el judaísmo ortodoxo les negaba en todos los órdenes. Pone en cuestión las leyes penales que condenaban con más severidad a las mujeres que a los varones, como la lapidación por adulterio y el libelo de repudio. En la escena evangélica de la mujer adúltera hay dos elementos a tener en cuenta en la conducta de Jesús: a) echa en cara a los acusadores su doble moral; b) perdona a la mujer, eximiéndola del castigo que le imponía la ley.
Valora muy positivamente el gesto generoso de la mujer que se presenta en casa del fariseo Simón, donde estaba Jesús comiendo, y derrama sobre él un frasco de perfume, lo que demuestra cercanía, e incluso ternura, hacia Jesús y reconocimiento simbólico de su mesianidad. En otra ocasión Jesús osa afirmar, con harto escándalo para las autoridades religiosas, que las prostitutas, los pecadores y los publicanos precederán en el reino de los cielos a los fieles cumplidores de la ley.
Tal modo de actuar entra en confl icto con la rigidez de los guardianes de la ley.
Pone en marcha un movimiento igualitario de hombres y de mujeres, donde el sexo no es motivo de discriminación ni de reconocimiento
especial en el movimiento de Jesús.
El elemento común a unos y otras dentro del grupo es el seguimiento del Maestro, que exige: compartir su estilo de vida pobre, acoger su enseñanza y anunciar el reino de Dios como buena noticia a las personas pobres y marginadas.
Así lo pone de manifi esto un texto de Lucas que ha pasado desapercibido durante mucho tiempo: Lc 8, 1-3. Jesús reconoce a las mujeres la dignidad y la ciudadanía que les negaban la religión, la sociedad y el Imperio romano. La actitud integradora e inclusiva de Jesús provocó necesariamente confl icto, constituyó un desafío a las estructuras patriarcales del judaísmo y a su discurso androcéntrico, e implicaba un cambio revolucionario no solo en el terreno religioso, también en el político y el social.
Las mujeres jugaron un papel determinante en la expansión del movimiento de Jesús fuera de las fronteras de Israel. Así parecen
indicarlo dos relatos evangélicos pertenecientes a dos tradiciones diferentes: el de la Samaritana, difusora de la Buena Noticia de Jesús en medio de un pueblo heterodoxo a los ojos de los judíos (Jn 4), y el de la Sirofenicia, mujer pagana que pide a Jesús la curación de su hija, poseída por un espíritu inmundo (Mc 7, 24-30; Mt 15, 21-28) y consigue vencer sus iniciales resistencias, hasta convertirlo a la concepción universalista de la salvación.
Pero donde se rompen todos los esquemas patriarcales de la sociedad y la religión judías es en los relatos de la Resurrección.
Las mujeres, cuyo testimonio carecía de todo valor en los juicios porque se las consideraba mendaces por naturaleza, aparecen como las primeras testigos del Resucitado. Los Doce aparecen como testigos indirectos que acceden al conocimiento de la resurrección a través de las mujeres. La actitud de aquellos ante el testimonio de las mujeres concuerda con el comportamiento adoptado durante el proceso de Jesús: si entonces huyeron, ahora se muestran reticentes y desconcertados.
Como judíos misóginos, no creen a las mujeres.
Tal fue el empoderamiento que dio a las mujeres la experiencia de la Resurrección que Pablo las excluyó de la lista de las apariciones, sustituyéndolas por los Doce y a María Magdalena por Pedro (1 Cor 15, 3-8). Pero ello no fue óbice para que el mismo Pablo reconociera la igualdad entre los hombres y las mujeres (Gálatas 3,26-28) y para que estas tuvieran responsabilidades directivas en las comunidades paulinas.
Coincido con Suzanne Tunc: “¡Ellas (las mujeres) son el eslabón indispensable de la transmisión del mensaje evangélico, e incluso el eslabón esencial para nuestra fe en Cristo resucitado”. Y voy más allá todavía: sin el testimonio y la experiencia de la Resurrección por parte de las mujeres, no hubiera nacido la Iglesia cristiana.
Ellas se encuentran en los orígenes y en el primer desarrollo del cristianismo. Después sufrieron una marginación que dura hasta hoy, sin visos de cambio, al menos institucionalmente.
En las bases, sí hay cambios, que han dado lugar al nacimiento de la teología feminista.

JOSÉ A. PAGOLA PENTECOSTÉS 2012

Recibid el Espíritu Santo

Señor, hoy celebramos ese gran regalo que Tú nos haces a todos y a cada uno de los seres humanos y que es tu mismo Espíritu. Hoy es Pentecostés.
¿Por qué siento esta mañana con fuerza tan especial mi vacío interior y la mediocridad de mi corazón? Mis horas, mis días, mi vida está llena de todo, menos de Ti. Cogido por las ocupaciones, trabajos e impresiones, vivo disperso y vacío, olvidado casi siempre de tu cercanía. Mi interior está habitado por el ruido y el trajín de cada día. Mi pobre alma es como «un inmenso almacén» donde se va metiendo de todo. Todo tiene cabida en mí menos Tú.
Y luego, esa experiencia que se repite una y otra vez. Llega un momento en que ese ruido interior y ese trajín agitado me resultan más dulces y confortables que el silencio sosegado junto a Ti.
Dios de mi vida, ten misericordia de mí. Tú sabes que cuando huyo de la oración y el silencio, no quiero huir de Ti. Huyo de mí mismo, de mi vacío y superficialidad.
¿Dónde podría yo refugiarme con mi rutina, mis ambigüedades y mi pecado? ¿Quién podría entender, al mismo tiempo, mi mediocridad interior y mi deseo de Dios?
Dios de mi alegría, yo sé que Tú me entiendes. Siempre has sido y serás lo mejor que yo tengo. Tú eres el Dios de los pecadores. También de los pecadores corrientes, ordinarios y mediocres como yo. Señor, ¿no hay algún camino en medio de la rutina, que me pueda llevar hasta Ti? ¿No hay algún resquicio en medio del ruido y la agitación, donde yo me pueda encontrar contigo?
Tú eres «el eterno misterio de mi vida». Me atraes como nadie, desde el fondo de mi ser. Pero, una y otra vez, me alejo de Ti calladamente hacia cosas y personas que me parecen más acogedoras que tu silencio.
Penetra en mí con la fuerza consoladora de tu Espíritu. Tú tienes poder para actuar en esa profundidad mía donde a mí se me escapa casi todo. Renueva mi corazón cansado.
Despierta en mí el deseo. Dame fuerza para comenzar siempre de nuevo; aliento para esperar contra toda esperanza; confianza en mis derrotas; consuelo en las tristezas.
Dios de mi salvación, sacude mi indiferencia. Límpiame de tanto egoísmo. Llena mi vacío. Enséñame tus caminos. Tú conoces mi debilidad e inconstancia. No te puedo prometer grandes cosas. Yo viviré de tu perdón y misericordia. Mi oración de Pentecostés es hoy humilde como la del salmista: «Tu Espíritu que es bueno, me guíe por tierra llana» (Sal. 142, 10).
 
Entre los cristianos se habla de «espiritualidad» con acentos muy diferentes. A los presbíteros se les pide vivir una espiritualidad sacerdotal, a los casados una espiritualidad matrimonial.
Según las diferentes tradiciones, los religiosos se esfuerzan por vivir su propia espiritualidad benedictina, franciscana o carmelitana. Pero, ¿cuáles son los rasgos de una espiritualidad primera y básica de un seguidor de Jesús?
Lo primero, seguramente, es captar a Jesús como alguien vivo y cercano. Sentir su Espíritu sosteniendo y animando nuestra vida, captar en esa experiencia la cercanía absoluta de Dios y hacer de esa cercanía algo central en nuestra manera de vivir la fe.
Segundo, captar a Jesús como liberador. No es una manera de hablar. Es una experiencia esencial. Sentir a Jesús como alguien que nos libera en lo más profundo del corazón. Alguien que nos da fuerza interior para cambiar, y nos dice una y otra vez: «Tu fe te está salvando».
Captar a Jesús como alguien que nos hace bien. Es un auténtico regalo encontrarse con él. No es lo mismo hacer el recorrido de la vida con Jesús o sin él. Con Jesús, la vida es una carga exigente pero ligera a la vez. Ésta es, tal vez, la experiencia más genuina del Espíritu de Jesús en nosotros.
Captar a Jesús como alguien que nos enseña a vivir en una dirección nueva. Es lo fundamental. Aprender a organizar la propia vida, no alrededor y a favor de uno mismo, del propio grupo o la propia Iglesia, sino en favor de los que sufren lejos o cerca de nosotros. Lo más decisivo no es la propia santidad, sino una vida más digna para todos. Jesús lo llamaba «reino de Dios». (LEER EL EVANGELIO)
Del Espíritu de Jesús van naciendo en nosotros algunas actitudes básicas: una sensibilidad especial hacia los que sufren, una búsqueda práctica de justicia en las cosas grandes y en las pequeñas, una voluntad sincera de paz para todos, una capacidad cada vez mayor de hacer el bien gratis, una esperanza última para todo lo bueno que hoy nos resulta inalcanzable.
Acoger al Espíritu Santo es vivir con la alegría y el dinamismo interior de Jesús.