FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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SAN JUAN BOSCO (Pinchar imagen)

COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

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ATALAYA

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viernes, 4 de mayo de 2012

Salesianos Cruces reciben la urna de Don Bosco


Cruces: Don Bosco nos visita

Era el día esperado, 2 de mayo, muchos días de preparación, ambientación, de comunicar a todas las familias, al barrio… que Don Bosco venía a visitarnos… y hasta el tiempo nos acompañó ¡qué día tan maravilloso de sol!
Con todos los “mimbres” preparados a las 9 y media de la mañana la urna de Don Bosco era recibida con un “aurresku” de honor a la entrada de la iglesia, flanqueado por los representantes de los diferentes cursos del colegio. Y al entrar en la iglesia estalló la alegría, la música “eskuak gora, aintza jauna”, los aplausos…   ¡Por fin Don Bosco había llegado! Ongi etorri etxera !
Después durante toda la mañana se sucedieron las diferentes celebraciones de todos los alumnos del colegio, desde los más mayores a los más pequeños. En cada una de ellas comunicándole a Don Bosco la alegría de tenerle en el colegio, pidiéndole un montón de cosas, pero sobre todo prometiéndole que “queremos ser los nuevos don boscos de hoy”.
También hubo momentos para que la gente del barrio pudiera visitar y rezar ante la reliquia de Don Bosco.
A la tarde todos los educadores del centro, personal docente y no docente, tuvimos un rato de oración ante la urna de Don Bosco.. “ayúdanos a ser educadores de verdad, con estilo salesiano, como tú lo fuiste, Don Bosco”.
Después otro momento muy bonito, familias y los jóvenes animadores que forman el MJS de nuestra obra de Cruces: oratorio, centro juvenil, deportes, grupos de fe, asociación de padres, coro juvenil… “Don Bosco, tú eres Padre, Maestro y Amigo. ¡Gracias Don Bosco !
Y el día concluía con una eucaristía con toda la Familia Salesiana de Cruces, ofrendas, agradecimientos y compromiso para seguir siendo “signos y portadores del amor de Dios a los jóvenes, como tú, Don Bosco!
Podría escribiros muchas más vivencias de este día, pero yo creo que cada uno tenemos una vivencia guardada en nuestros corazones, en esta visita de la urna de don Bosco: con su visita, Don Bosco vive todavía un poco más en nuestras vidas, y sobre todo en la vida de nuestros chavales.
¡Gracias Don Bosco, por ser como eres !
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El pecado de omisión


Van en aumento las voces que se quejan, se lamentan y claman escandalizadas por el inexplicable silencio de los obispos ante la situación social y política de España que se agrava por días. Y que nadie me venga diciendo que los obispos lamentan el sufrimiento de los parados y el dolor de los inmigrantes…. Pues estaría bien que, ante hechos tan clamorosos, no dijeran ni pío.
¡Qué menos que pronunciar quejas genéricas sobre el tema! Los que las pronuncian son los primeros que saben que eso no les va a causar ningún problema a ellos. Como no les va a resolver tampoco ningún problema a quienes se están hundiendo en el dolor de un futuro fatal e inevitable, si es que seguimos por el camino del desastre por el que nos llevan los responsables actuales de la política y la economía de España.
Dicho esto – y como se trata de hombres que manejan con soltura el tema del pecado, en el que son expertos -, del pecado quiero decir algo que me parece determinante en este momento. Me refiero al “pecado de omisión”. Un tipo de pecado del que poca gente dice que, en ese asunto, tiene la conciencia tranquila. Y sin embargo, con el Evangelio en las manos, enseguida se da uno cuenta de que es un asunto muy serio, demasiado serio. Me explico.
Según el relato solemne del “juicio final”, tal como lo presenta el evangelio de Mateo (25, 31-46), la sentencia condenatoria, contra los que se perderán para siempre, no será por “lo que hicieron”, sino por “lo que no hicieron”. Exactamente por sus pecados de omisión: “Tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, estaba desnudo y no me vestisteis, estaba en la cárcel y no fuisteis a verme, era extranjero y no me acogisteis….”. A todos estos desgraciados, los que se condenan no les hicieron daño alguno. Simplemente, se limitaron a dejarlos como estaban. No movieron ni un dedo para sacarlos de su situación. Exactamente lo que está pasando, ahora mismo, con millones de ciudadanos españoles.
Y quiero dejar claro que el recurso a lo mucho que ayuda Cáritas (y otras ONG) no justifica el silencio y la pasividad de nuestro obispos. Porque los que sufren las consecuencias de la crisis no quieren vivir de la “caridad”. Lo que claman y exigen es que se les haga “justicia”. A mí se me caería la cara de vergüenza si cada día tuviera que acudir a la oficina de Cáritas a por el plato de comida. Aparte de que hay asuntos muy graves que no se resuelven en Cáritas: la sanidad, la educación, la igualdad de derechos con sus correspondientes garantías….
Pero hay más. Porque Jesús, además de lo que dijo en lo del juicio final o “juicio de las naciones”, se despachó a base de bien en la parábola del rico epulón y Lázaro (Lc 16, 19-31). La parábola es tajante. Porque, en realidad, el rico no le hizo ningún daño al pobre Lázaro. Ni siquiera lo echó del “portal” de su casa, que lógicamente afearía la entrada a la mansión de un señor que vestía y comía con tanto refinamiento. Pues no. Lo dejó allí, tal como estaba. Y eso fue su perdición.
Que es justamente lo mismo que Jesús censura en la parábola del buen samaritano (Lc 10, 25-37). Si el texto se lee con atención, enseguida se comprende que Jesús no denuncia la conducta de los bandidos que apalearon y robaron al desgraciado caminante. La crítica mordaz de Jesús va contra el sacerdote y el levita, que vieron al herido que se desangraba en la cuneta del camino, dieron un rodeo, y pasaron de largo. Aquellos clérigos no le hicieron daño alguno al moribundo. Simplemente lo dejaron como estaba.
Mucha gente se pregunta por qué muchos obispos, y tantos hombres de Iglesia, se quejan de “otros” pecados, mientras que, en las situaciones límite que millones de criaturas están viviendo en este país, se limitan a decir que es una pena, un dolor…., pero que también es verdad que la Iglesia es Madre y ayuda a más de lo que mucha gente se imagina. Pero el hecho es que la CEE sabe perfectamente que, en esta situación concreta, tiene un poder que no ejerce.
¿Será porque le debe mucho al Gobierno que manda? ¿Será porque espera mucho de él? Sea lo que sea, ahí están los que sufren las peores consecuencias de la crisis, al tiempo que las ganancias de banqueros y empresarios se mantienen a “un buen nivel”. ¿Y seguimos callados o, a lo sumo, apelando a lo que hace Cáritas? ¿No estamos haciendo la vista gorda, como supieron hacerla el sacerdote y el levita de la parábola evangélica? A no ser que el “pecado de omisión” se piense suprimir de la lis de pecados por los que, según los moralistas (“como Dios manda”), hay que confesarse. En ese caso, que lo digan quienes tienen autoridad para decirlo. Y entonces, ya todos asistiremos al desastre de nuestro país y de nuestra Iglesia, pero eso sí, con la conciencia tranquila.

LA FE ¿QUÉ FE?


¿Qué es la fe sino ese consuelo que te permite pisar la tierra, como suelo sagrado, y dar un paso hacia tu hermano? Hablo de fe, no de creencias. Hablo de fe, no de religiones. Cuando digo ”fe,” digo esa llamita que chispea sin cesar en todos los corazones, también en el tuyo, aunque a veces la sientas apagada. Es el mismo fuego que arde en el corazón de la Tierra y de las estrellas, de los átomos y de las galaxias. Es la llama de la Vida. Y la llama de la Vida es el Corazón del Universo, y late en cada una de tus células y neuronas.
Eso es la fe, y no tiene que ver con religiones ni creencias, sino con el latido libre y universal de la Vida. Esa fue la fe de Jesús, más allá de sus creencias. A esa Vida poderosa y tierna llamaba él “Dios” y la invocaba tiernamente como abbá. Por esa Vida se sentía feliz y libre, y por su causa arriesgó la vida.
El cristianismo –católico en nuestro caso– como sistema de creencias, ritos y normas morales, como organización jerárquica, como estructura de poder, como entramado de complejos y a veces turbios intereses… eso es otra historia. No es lo de Jesús.
Cuando 70 obispos españoles se reúnen en Asamblea Plenaria, eso es el sistema que necesita funcionar, y no digo que esté mal: depende de que para qué quieren que siga funcionando el sistema.
Cuando el presidente de la Conferencia Episcopal española, el cardenal Rouco, ante la dramática situación de la crisis y del paro creciente, y ante las medidas del Gobierno que empobrecen más a los más pobres, se limita a apelar vagamente a la fe y a la caridad, me digo que eso no es la fe que animaba al corazón de Jesús.
Cuando el Gobierno de Rajoy acaba de aprobar un decreto que niega a los inmigrantes en situación irregular el derecho a ser atendidos por un médico o un hospital, y Mons. Rouco no ha alzado la voz ni ha exigido a toda la Asamblea que se ponga en pie y grite NO contra este decreto en nombre de Jesús y del Evangelio, entonces me digo que ellos están en otra cosa: que el Evangelio de Jesús no les interesa, que a ellos les importan las creencias y el mantenimiento del sistema, pero no los dolores de la pobre gente, no la llamita del corazón, no la Vida.
Cuando Mons. Rouco ha repetido por enésima vez la obsesiva y errónea consigna del papa actual: “sin fe no puede haber verdadera caridad”, identifica la fe con creencias, y así profesa una gran mentira. Basta abrir el Evangelio y leer la parábola del buen samaritano o del buen increyente. Basta mirar la historia: ¿qué guerra, tortura, explotación y dictadura no ha sido legitimada por la jerarquía católica con todas sus creencias? Hace justo 75 años, Gernika fue bombarbeada por un caudillo católico creyente y practicante que contaba con el beneplácito y la bendición de todos los obispos españoles (solo uno, Mateo Múgica, alzó la voz y fue desterrado).
Seas o no creyente, cuida la fe: esa llama profunda y secreta, pues de ella depende el brillo de tu sonrisa y el futuro de la Tierra. Cuida el corazón de tu vida, el corazón de la Vida. No dejes de palpitar y de sentir. No dejes de respirar, de sentirte libre y de tender la mano a la Vida que, muy cerca de ti, reclama cuidado.
¿Y las creencias? Están bien si te hacen más bueno y feliz. Están bien, si no te aferras demasiado a ellas. Si te aferras demasiado a ellas, acabarán impidiéndote ser más bueno y feliz.

Fiesta de la Comunidad Inspectorial: 50 Años de VIDA

Como ya anunciamos hace unos días, mañana día 5 se celebra, en Pamplona la fiesta de la Comunidad Inspectoría como agradecimiento a nuestro Sr. Inspector, Félix Urra.
Comienzo todo a las 10 de la mañana con la acogida de la Urna-Reliquia de Don Bosco. Los Auroros de Santa María le cantarán en la entrada y los Antiguos Alumnos le acogerán.
La eucaristía será una acción de gracias por los 50 años de la Inspectoría, viviremos las celebraciones jubilares de 22 hermanos y todo junto a San Juan Bosco en su visita peregrinación por nuestra inspectoría.

JOSÉ ANTONIO PAGOLA 5 DE PASCUA 2012


VIDAS ESTERILES Los seres humanos somos un deseo intenso de vida y cumplimiento. Hay dentro de nosotros algo que quiere vivir, vivir intensamente y vivir para siempre. Más aún, nacemos para hacer crecer la vida.
Sin embargo, la vida no cambia fácilmente. La injusticia, el sufrimiento, la mentira y el mal nos siguen dominando. Parece que todos los esfuerzos que hagamos por mejorar el mundo terminan tarde o temprano en el fracaso.
Movimientos que se dicen comprometidos en luchar por la libertad terminan provocando iguales o mayores esclavitudes. Hombres y mujeres que buscan la justicia terminan generando nuevas e interminables injusticias.
¿Quién de nosotros, incluso el más noble y generoso, no ha tenido un día la impresión de que todos sus proyectos, esfuerzos y trabajos no servían para nada?
¿Será la vida algo que no conduce a nada? ¿Un esfuerzo vacío y sin sentido? ¿Una «pasión inútil» como decía J.P. Sartre?
Los creyentes hemos de volver a recordar que la fe es «fuente de vida». 
Creer no es afirmar que debe existir Algo último en alguna parte. Creer es descubrir a Alguien que nos «hace vivir» superando nuestra impotencia, nuestros errores y nuestro pecado.
Una de las mayores tragedias de los cristianos es la de «practicar la religión» sin ningún contacto con el Viviente. Y sin embargo, uno empieza a descubrir la verdad de la fe cristiana cuando acierta a vivir en contacto personal con Jesús Resucitado. Sólo entonces se descubre que Dios no es una amenaza o un desconocido, sino Alguien vivo que pone nueva fuerza y nueva alegría en nuestras vidas.
Con frecuencia, nuestro problema no es vivir envueltos en problemas y conflictos constantes. Nuestro problema más profundo es no tener fuerza interior para enfrentarnos a los problemas diarios de la vida.
La experiencia diaria nos ha de hacer pensar a los cristianos la verdad de las palabras de Jesús: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada».(LEER EL EVANGELIO)
¿No está precisamente ahí la raíz más profunda de tantas vidas estériles y tristes de hombres y mujeres que nos llamamos creyentes?
 CREER
La fe no es una impresión o emoción del corazón. Sin duda, el creyente siente su fe, la experimenta y la disfruta, pero sería un error reducirla a «sentimentalismo». La fe no es algo que depende de los sentimientos: «ya no siento nada... debo estar perdiendo la fe». Ser creyentes es una actitud responsable y razonada.
La fe no es tampoco una opinión personal. El creyente se compromete personalmente a creer en Dios, pero la fe no puede ser reducida a «subjetivismo»: «yo tengo mis ideas y creo lo que a mí me parece». La realidad de Dios no depende de mí, ni el cristianismo es fabricación de cada uno.
La fe no es tampoco una costumbre o tradición recibida de los padres. Es bueno nacer en una familia creyente y recibir desde niño una orientación cristiana de la vida, pero sería muy pobre reducir la fe a «costumbre religiosa»: «en mi familia siempre hemos sido muy de Iglesia». La fe es una decisión personal de cada uno.
La fe no es tampoco una receta moral. Creer en Dios tiene sus exigencias, pero sería una equivocación reducirlo todo a «moralismo»: «yo respeto a todos y no hago mal a nadie». La fe es, además, amor a Dios, compromiso por un mundo más humano, esperanza de vida eterna, acción de gracias, celebración.
La fe no es tampoco un «tranquilizante». Creer en Dios es, sin duda, fuente de paz, consuelo y serenidad, pero la fe no es sólo un «agarradero» para los momentos críticos: «yo cuando me encuentro en apuros acudo a la Virgen». Creer es el mejor estímulo para luchar, trabajar y vivir de manera digna y responsable.
La fe comienza a desfigurarse cuando se olvida que, antes que nada, es un encuentro personal con Cristo. El cristiano es una persona que se encuentra con Cristo y en él va descubriendo a un Dios Amor que cada día le convence y atrae más. Lo dice muy bien Juan: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es Amor» (1 Jn 4, 16).
Esta fe sólo da frutos cuando vivimos día a día unidos a Cristo, es decir, motivados y sostenidos por su Espíritu y su Palabra: «El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada».

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