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viernes, 2 de diciembre de 2011

Andrés Torres Queiruga irá al IDTP de Bilbao


José Manuel Vidal

En el Instituto dicen que “es razonable el acuerdo alcanzado con el obispo”
El teólogo gallego impartirá una conferencia en dos sesiones abiertas el día 12 de diciembre. Ni vencedores ni vencidos. O, mejor dicho, en la diócesis de Bilbao se impuso la cordura y un acuerdo, con el que salen todos ganando. Y es que el obispo de la diócesis, Mario Iceta, haciendo gala de una excelente cintura, revisó su decisión y concedió su placet a una doble conferencia abierta del teólogo Andrés Torres Queiruga en el Instituto Diocesano de Teología y Pastoral de la diócesis vasca. Gana el teólogo gallego, cuya imagen y prestigio quedan incólumes. Gana el prelado vasco, que hace gala de pluralidad y realismo. Y gana el IDTP, que sigue conservando su independencia y su libertad en la comunión.
Dentro del ciclo “Teología en diálogo”, Queiruga impartirá, el próximo día 12 de diciembre, la ponencia ‘¿Dios bueno y mundo injusto?’ en dos sesiones abiertas a profesores, alumnos del centro y público en general. La primera se celebrará a las 10,30 de la mañana y la segunda, a las 19,30 de la tarde, en la sede del IDTP, Edificio Barria, Plaza Nueva, 4 1º de Bilbao.
Tras la exposición del teólogo gallego, uno de los máximos expertos en el tema (acaba de publicar ‘Repensar el mal’, de. Trotta), se dará paso a un diálogo con los presentes.
“Hemos alcanzado un acuerdo razonable con el obispo”, aseguran fuentes del ITDP, donde se muestran satisfechos del consenso alcanzado con monseñor Iceta. “Ha habido una reconsideración del tema por parte de todos y hemos acordado hacerlo así”.
Consideran en el ITDP que se trata de un “buen acuerdo para la diócesis y para la formación” que se imparte en el centro. Agradecen especialmente a monseñor Iceta que haya hecho gala de flexibilidad y que no se haya enrocado en su primera decisión de prohibir la presencia de Torres Queiruga.

JOSE ANTONIO PAGOLA 4 DICIEMBRE 2011


SOSPECHA SANTA
Nuestra vida es a veces una contradicción. Nos quejamos de casi todo pero no queremos nada mejor. Adormecemos nuestro corazón y nos tapamos los oídos para no escuchar llamada alguna que nos obligue a cambiar. Sería demasiado arriesgado. Todo antes que reflexionar en serio sobre nuestra vida. Todo antes que meditar sobre el sentido de lo que estamos viviendo.
En la sociedad actual sería absolutamente impensable ese espectáculo sorprendente que nos relata el evangelista Marcos: gentes de toda Judea que, al escuchar la llamada del Bautista, salen de sus casas y aldeas y se dirigen al Jordán con el deseo de comenzar una vida diferente. ¿Qué nos impide a nosotros iniciar una vida nueva?
Cada uno tiene sus propias excusas pero, en el fondo, las razones con que intentamos legitimar nuestra mediocridad son parecidas: todos hacen lo mismo, yo no puedo ser una excepción, me han enseñado a vivir así, es difícil vivir de otra manera, ¿que puedo hacer?
Mientras tanto, cogidos por los afanes y preocupaciones de cada día, nos vamos alejando cada vez más de nuestro ser más hondo. Perdemos el sentido de lo que es importante y de lo que no es. Alimentamos lo que nos hace daño y no cuidamos lo que nos podría hacer vivir de manera digna y dichosa.
Poco a poco, caemos en la resignación: «yo soy así, eso es todo». Es verdad que sentimos un cierto malestar. No es sólo culpabilidad moral o conciencia de pecado. Es algo más profundo: infidelidad a nosotros mismos. Pero no nos atrevemos a pensar cómo podría ser nuestra vida si pudiéramos empezarla de nuevo. No queremos vivir con metas más elevadas.
Para iniciar un cambio de dirección en nuestra vida hemos de empezar por alimentar una sospecha santa: «Mi vida no ha terminado todavía, ¿por qué no puedo cambiar? Tal vez, me estoy perdiendo algo importante. Hay una felicidad que yo desconozco. Mi alma es más hermosa de lo que yo imagino. ¿por qué no voy a saborear la vida de otra manera?»
La llamada del Bautista es clara: «Preparadle el camino al Señor». Dios comienza a ser algo real en nuestra vida cuando la vivimos de manera más humana. Empezamos a escucharle cuando escuchamos lo mejor que hay en nosotros.
 
 
¿Es posible la esperanza?
Los primeros creyentes han visto en Jesús, antes que nada, una buena noticia. Así ha titulado su pequeño escrito el primer redactor cristiano que ha recogido los dichos y la actuación de Jesús: «Buena noticia de Jesús el Cristo, el Hijo de Dios». (LEER EL EVANGELIO)
Una buena noticia trata siempre de un acontecimiento feliz que no es todavía conocido, aunque en el fondo, el hombre lo espera y lo busca.
Pero, ¿qué ha anunciado y ofrecido Jesús, que todavía no es conocido por los hombres aunque éstos lo esperan y buscan? 
¿Hay todavía algo que los hombres de hoy siguen anhelando y que puede encontrar una respuesta en Jesucristo?
La mayor originalidad de Jesús consiste en anunciar de manera convencida que con él comienza ya a realizarse una utopía que estaba siempre viva en Israel y que es tan vieja como el corazón del hombre: la desaparición del mal, de la injusticia, el dolor y la muerte. Lo que Jesús llamaba el reino de Dios.
Este es el anuncio de Jesús: algo nuevo se ha puesto en marcha en la historia. La humanidad no camina sola, abandonada a sus propios recursos. Hay Alguien empeñado en la felicidad última del hombre. En el fondo de la vida hay Alguien que es bondad, acogida, liberación, plenitud: Dios, nuestro Padre.
Esto lo cambia todo. Comienza una situación nueva en la que se nos invita a comprender y vivir nuestra existencia de una manera nueva: construyendo el reino del Padre, es decir, construyendo una convivencia fraterna, hecha de justicia, verdad y paz.
Esta es la buena noticia y el reto, al mismo tiempo, de Jesús. «Sentimos que algo radical, total, incondicional, nos es pedido; pero nos rebelamos contra ello, intentamos rehuir su apremio, y no queremos aceptar su promesa».
Como ha señalado en alguna ocasión González Faus, hay iglesias que parecen anunciar a un Dios, sin reino de justicia, verdad y fraternidad. Y hay humanismos que pretenden buscar este reino de humanidad realizada, sin Dios.
Jesús es una crítica y un reto para ambos. No hay acceso a Dios nuestro Padre, sin búsqueda dolorosa del reino de fraternidad. Así caen por tierra los falsos ídolos de un Dios presentado como indiferente y pasivo ante la injusticia humana.
Pero no hay reino posible sino en Dios Padre, porque, en última instancia, el hombre no puede darse a sí mismo la salvación que anda buscando. Caen así también los falsos «paraísos totalitarios» en los que el hombre se hunde inevitablemente, siempre que construye un reino, sin Padre.