FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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sábado, 19 de noviembre de 2011

La Iglesia se organizó antes de conocer el Evangelio


José María Castillo, teólogo

¡Tranquilos! Que nadie se ponga nervioso. Porque, como decían los antiguos, “contra facta non valent argumenta”. Es decir, contra los hechos (tal como se produjeron en los primeros años de la Iglesia) no tienen peso ni valor demostrativo nuestras disquisiciones o argumentos.
Ya he dicho que el Evangelio de Jesús llegó tarde. Porque, cuando se conocieron los evangelios (en su redacción definitiva), la Iglesia ya estaba organizada y llevaba varios años funcionando. Los datos están ahí: entre los años 50 al 56, san Pablo informa, en sus cartas, de lo que era y cómo se organizaba cada “ekklesía”. Y, poco después, ausente ya Pablo, la carta a los Efesios habla de la “ekklesía” en sentido universal.
Esto supuesto, y sea cual sea el momento en que se redactó Efesios, lo que hoy no admite dudas, entre los estudiosos mejor documentados, es que la redacción que conocemos de los evangelios, se conoció y se divulgó después del año 70. Lo cual quiere decir que los criterios y las convicciones determinantes que tuvo y mantuvo Jesús, “el Nazareno”, se conocieron y se divulgaron cuando las “asambleas” o “iglesias” de los cristianos llevaban ya unos veinte años organizadas y funcionando.
Por supuesto, el centro y el eje de las “iglesias” de Pablo fue siempre Jesucristo. El Cristo resucitado y glorioso del cielo. En tanto que el centro y el eje de los evangelios es el Jesús histórico de la tierra. Esto supuesto, la cuestión capital está en que Pablo no conoció al Jesús terreno. Porque, cuando Pablo conoció a los cristianos, Jesús ya había muerto. Es más, “el alcance del conocimiento pasivo de la tradición de Jesús que poseyera Pablo es, en el fondo, irrelevante para comprender la teología paulina” (Jürgen Becker).
Así las cosas, lo decisivo es saber que Pablo organizó sus “iglesias” o “asambleas” desde el convencimiento de su autoridad. Una autoridad y un poder derivados del hecho de que Pablo era “apóstol” (1 Tes 2, 6; Gal 1, 1; 1 Cor 1, 1; 9, 1-2; Rom 1, 1; 11, 13), lo que le situaba “al nivel de las más altas autoridades de la Iglesia (1 Cor 12, 28; 15, 9-11; 2 Cor 11, 5)” (M. Y. Macdonald). Una autoridad tal, que le permitía a Pablo añadir sus propias directrices al mandato del Señor, basado en que él poseía el Espíritu de Dios (1 Cor 7, 40; cf. 1 Cor 7, 12 ss).
Sin duda, el problema del poder fue determinante en el comportamiento de Pablo al fundar y gobernar las primeras “iglesias” o “asambleas” (B. Holmberg). Por tanto, el tema del poder y la importancia apostólica fue decisivo en la Iglesia desde su mismo nacimiento. Sin embargo, por los evangelios sabemos que Jesús no toleró las disputas de sus apóstoles sobre quién de ellos era el primero, el más importante (Mc 9, 33-37 par; 10, 35-45 par). El ideal de Jesús es que fueran como niños, que buscaran ponerse siempre “los últimos” (Mc 9, 35; 10, 31; Mt 19, 30; 20, 16; Lc 13, 30), que tenían que renunciar a todo título relacionado con el poder y la importancia (Mt 23, 8-12).
El contraste es evidente: para Jesús, fue decisiva la ejemplaridad de los apóstoles, mientras que, para Pablo, lo decisivo fue tener poder y autoridad para gestionar la organización de las “asambleas”, las primeras “iglesias”, que se extendían por todo el Mediterráneo, desde Antioquía hasta España.
¿Cómo se ha resuelto en la Iglesia el problema que todo esto plantea? Las estructuras de poder se han potenciado, como es sabido. El ideal de Jesús se ha predicado como ejemplo de espiritualidad. ¿Qué es más determinante en la Iglesia? Es la pregunta que los cristianos tenemos que afrontar.

El cardenal Martínez Sistach veta la conferencia de un teólogo progresista


Camilo S. Baquero

El prelado prohíbe la charla de Juan José Tamayo en la parroquia de Sant Medir
Juan José Tamayo, teólogo y director de la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III, presentó anoche su libro Otra teología es posible (Herder) en un local a 50 metros de la parroquia de Sant Medir, en el barrio barcelonés de La Bordeta. La charla, que abordó temas como la necesidad de un nuevo papel de la mujer dentro de la Iglesia y la apuesta por una teología intercultural, estaba programada en un salón del templo.
Sin embargo, el acto tuvo que cambiar de sitio después de que, según Tamayo y fuentes de la parroquia, el mismo cardenal Lluís Martínez Sistach llamara para prohibirla. El Arzobispado de Barcelona ni confirmó ni desmintió la información.
Este es el tercer veto en dos meses con el que se topa Tamayo, que también es autor de una cincuentena de libros y secretario general de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII. Los dos primeros fueron en Madrid y vinieron por orden del cardenal Antonio María Rouco Varela, que hace una semana prohibió la conferencia ¿Ha muerto la Teología de la Liberación? La opción por los pobres hoy, que se iba a dictar en la parroquia de San Félix. El acto se realizó finalmente en una biblioteca pública cercana. Desde el templo, regido por los clérigos de San Viator, se argumentó que el cambio de sitio se debía a “razones eclesiástico-institucionales ajenas a la parroquia”.
“Esto es resultado de la bunkerización e integrismo de la cúpula de la jerarquía eclesiástica española, que hacen piña a la hora de impedir el pensamiento teológico libre y progresista”, aseguró ayer Tamayo. En octubre, Rouco Varela también solicitó a los sacerdotes de la parroquia de San Carlos Borromeo -conocida como la iglesia roja- que cancelaran la cátedra quincenal del teólogo, llamada La teología de la liberación en el nuevo escenario político y religioso. Según el Arzobispado de Madrid, Tamayo no contaba con su venia docendi (la autorización para dar clase). Sin embargo, la prohibición nunca llegó por escrito y el teólogo continuó impartiendo la clase a los alumnos, en su mayoría jóvenes e inmigrantes del barrio de Entrevías.
Tamayo cree que la persecución de la que está siendo víctima es una demostración de que “los obispos están rendidos a los pies de Rouco Varela” y que “su poder va más allá de cualquier límite eclesiástico”. Sin embargo, prefiere no personalizar sus críticas. “Hemos pasado del neoconservadurismo de Juan Pablo II al integrismo de Benedicto XVI”, se quejó el teólogo.
Otra teología es posible postula, entre otras cosas, que “hay más verdades en todas las religiones que en una sola”, critica el “imperialismo teológico occidental” que ha impedido un verdadero diálogo intercultural y reivindica el papel de la mujer en el mundo religioso. “La mujer es un sujeto social, pero nunca ha sido un objeto eclesial. Se le ha marginado de responsabilidades no por su incompetencia sino por ser mujer”, explicó Tamayo.
Para el profesor, los purpurados españoles creen que “no hay más teología que la dogmática, la que mira al pasado. Insisten en responder las preguntas actuales con respuestas del pasado”. “Tienen que cambiar de paradigma, pero les gusta mucho la teología perenne”, remacha Tamayo, que hoy presentará su libro en la librería Claret.


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JOSÉ ANTONIO PAGOLA:Me lo hacéis a mí


Me lo hacéis a mí 
Todo parece indicar que cada vez es mayor el número de personas que sufren crisis depresivas y luchan por recuperar de nuevo el gusto por la vida
Sin duda, es muy importante la sicológica y la terapia de apoyo que les pueden prestar los expertos. Pero, en definitiva, es la misma persona la que tiene que dar pasos acertados.
Por lo general, quien padece una depresión se siente arrastrado a cavilar, una y otra vez, sobre sus angustias, sus miedos e impotencia.
Pero mientras sigue girando alrededor de sí mismo sin acabar nunca en sus reflexiones, el cerco se estrecha cada vez más y la persona se va hundiendo en una especie de remolino sin salida.
Mientras uno sólo piensa en sus problemas y se atormenta a sí mismo preguntándose: "¿dónde encontraré yo mi paz?, "¿dónde encontraré yo quien me comprenda?", no está abriendo la puerta que le puede llevar a la paz y la salud.
Un prestigioso doctor llega a decir que "el estar plenamente a disposición del prójimo es el único medicamento eficaz para la neurosis y la depresión".

Jesús invita a todo el que quiera encaminarse.Con frecuencia, no nos damos cuenta hasta qué punto somos nosotros mismos quienes ahogamos en nosotros la vida y generamos nuestras crisis depresivas dedicándonos exclusivamente a nuestras cosas y olvidando totalmente a los demás. hacia la vida verdadera a vivir siempre abierto a todo hombre que encontremos en nuestro camino y pueda necesitar nuestra ayuda.
Si le ofrecemos nuestro apoyo somos nosotros mismos quienes más recibiremos. Porque al encontrarnos con esas personas hambrientas, enfermas, desnudas, encarceladas o desvalidas, nos ponemos en contacto con Aquel que es el fundamento, la fuente y la meta de la vida.
Esta es la promesa de Jesús: "Os aseguro que lo que hagáis a uno de estos hermanos míos pequeños, me lo hacéis a mí". Quien está con el hermano necesitado está en contacto con Aquel que es la Vida.
Esta promesa no es algo lejano e inverificable, sino una experiencia real para quien sabe acercarse con fe a los que sufren.
El que libera a los demás de problemas y preocupaciones se ve liberado de los suyos. El que ayuda a otros a vivir se ayuda a sí mismo. El que da amistad y apoyo recibe fuerza y aliento para vivir.
No es la misericordia uno de esos «valores progresistas» que hayamos de cultivar para estar al día. Basta con defender la democracia, el ejercicio de las  libertades y la racionalidad ética.
Lo deplorable es que, detrás de palabras tan hermosas, se esconde con frecuencia un hombre cargado de cinismo, avidez y mediocridad, incapaz de reaccionar ante el sufrimiento ajeno.
Lo importante es situarse lo mejor posible dentro del «estado de bienestar», de espaldas a ese otro «estado de malestar» y al que vamos marginando a los más débiles y desgraciados.
Hay que luchar, competir y ganar siempre más. Eso es todo. ¿Quién tiene tiempo para pensar en «las víctimas»? ¿Quién puede tener el mal gusto de recordar la misericordia en una sociedad in­misericorde y despiadada?
Sin embargo, es precisamente la misericordia lo que, según Jesús, define radicalmente al hombre. Sin misericordia, la persona queda viciada de raíz y deja de ser humana.
Por eso, en la parábola (LEER PARÁBOLA) del «juicio de las naciones» se nos dice que la suerte de toda persona se decide en virtud de su capacidad de reaccionar con misericordia ante los que sufren hambre, sed, desamparo, enfermedad o cárcel.
Pero hay que entender esto bien. Vivir «con entrañas de misericordia» no es tener un corazón sensiblero ni tampoco practicar, de vez en cuando, alguna «obra de misericordia» que aquiete nuestra conciencia y nos permita seguir tranquilos nuestro camino egoísta de siempre.
Para evitar malentendidos, sería mejor hablar del «Principio-Misericordia», es decir, de un principio interno, siempre presente y activo en la persona, que da una determinada dirección y estilo a toda su conducta.
Quien vive movido por el «Principio-Misericordia», reacciona ante el sufrimiento ajeno interiorizándolo, dejándolo entrar en sus entrañas y en su corazón, con todas sus consecuencias. Y es precisamente el sufrimiento de los demás, captado cordialmente, el que se convierte en principio conductor de toda su actuación.
Es esta misericordia la que da «categoría humana» a la persona. No hay escapatoria posible. Podemos triunfar profesionalmente, ocupar cargos relevantes, movernos con éxito en las relaciones sociales. Si no sé reaccionar con misericordia ante el sufrimiento de los demás, no soy humano.
Resulta fácil, por ello, conocer mi calidad humana. Basta responder a estas preguntas:
¿Sé ver el sufrimiento de las gentes?
¿Cómo reacciono ante ese sufrimiento?
¿Qué hago por erradicarlo?