FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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ATALAYA

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viernes, 9 de septiembre de 2011

Julio Lois


Julio Lois, maestro, compañero y amigo
Anxo Ferreiro Currás

Hemos Seguido con cierta cercanía la enfermedad de Julio. Durante la visita su enfermedad quedaba a un lado, y aprovechábamos el encuentro para hablar de lo divino y de lo humano, aunque más de lo humano que de lo divino, siguiendo aquella consigna apostólica: “¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?”, porque casi hasta los últimos momentos Julio era nuestro maestro y amigo.
Cuando la enfermedad arreciaba y todavía había esperanza volvíamos a la carga. Pero llegó la caída, en gallego tenemos una palabra para llamarla, no derrota ni muerte tan siquiera, “pasamento”, es decir la que los cristianos llamamos “pascua”.Al perder un amigo (“cuando un amigo se va”) de tal categoría todos sentimos la pérdida de un valor básico en el compromiso del creyente. Pero nos vemos gratificados por tantos artículos y testimonios-homenaje que a la memoria de Julio, amigo, maestro y compañero, dedicaron en la prensa y, sobre todo, los, hasta ahora,16 en www.redescritianas.net, que podrían formar otro libro para poner “colorado y bajada la vista ante una apología tan justa” –escribe José Mª Mauriño-.

Y digo “otro”, porque precisamente en vida como homenaje en su jubilación, le dedicó un libro el Instituto Superior de Pastoral y las comunidades de Vallecas. Se trata de El grito de los excluidos. Seguimiento de Jesús y teología, editorial Verbo Divino, 2006. Donde hay un elenco de participantes, entre los cuales no puedo dejar de citar a Chao Rego, Rosa Cal, Torres Queiruga, González Faus, José Mª Castillo, Pagola, Jon Sobrino, Casiano Floristán. Y como dice en el prólogo José Luís Corzo, “Julio Lois se incorporó al Instituto a su regreso de Bolivia, rompiendo la venerable tradición de que nuestros mejores teólogos se formaran en Alemania…
Antes de como profesor en cualquiera de sus categorías académicas, prefiero llamarle maestro. Y ni siquiera me desanima el Evangelio que reserva este sustantivo para Jesús, porque la enseñanza de Julio se refiere precisamente a nuestro único Maestro”.
Varias anécdotas podría contar con agrado para su memorial, baste esta por hoy. En unos encuentros familiares que teníamos anuales animados, entre otros, por Díaz Alegría y Julio Lois, que ya nos preceden en el Reino definitivo de los Cielos, tratábamos en una sobremesa distendida los temas del momento. Y salió el tema atrasado, pero importante, del dogma, mejor dicho de los dogmas, de nuestra Iglesia católica, que tienen su base paradigmática en épocas totalmente distintas a las nuestras, presentando a Dios en el quirófano de aquellos teólogos para diseccionarlo e ir encuadrándolo en el modo y manera del saber humano, cuyas conclusiones estaban mediatizadas al mismo tiempo por el poder dictatorial de la autoridad política desde Constantino, monarquías y dictaduras siguientes.
Aparte del libro Teología en broma y en serio de José Mª, Lois nos recomendó el libro El Dogma que libera. Fe, revelación y magisterio dogmático. (Col. Presencia Teológica 53) Ed. Sal Terrae, Santander 1989,de Juan Luis Segundo (1925-1996), jesuita teólogo uruguayo muy unido en sus estudios a la Teología de la Liberación. Con mucho interés había leído aquel libro que creo que no ha perdido ni mucho menos actualidad.
Agradecidos y muy contentos de haber disfrutado de su amistad y compañía.

31 Congreso de Teología


 Juan José Tamayo: “Este Congreso es un ejemplo de vitalidad del cristianismo liberador”
José Manuel Vidal

Religión Digital
“El Vaticano es una de las más patológicas encarnaciones del fundamentalismo católico”
“¿Pocos y viejos? Se ve que quienes nos acusan no se han mirado al espejo, ni van a las iglesias los domingos”. Como secretario de la Asociación de Teólogos Juan XXIII, Juan José Tamayo lleva años siendo el ‘alma’ del Congreso de Teología, que llega a su 31 edición. “Un ejemplo de la vitalidad del cristianismo liberador”, dice. Se celebra en Madrid, en la sede de Comisiones Obreras (”nos prohibieron el uso de colegios religiosos”), del 8 al 11 de septiembre, centrado en los fundamentalismos.
Porque este fenómeno “lejos de retroceder avanza”, explica Tamayo. Y asegura que “existe una alianza entre la jerarquía católica, el integrismo catolico y el itegrismo político”. Y pide la “necesaria” convivencia en la Iglesia de las distintas sensibilidades, al igual que sucede en la sociedad. LEER MÁS

¿NO NECESITAMOS YA EL PERDÓN?



Agarrándolo lo estrangulaba 
 

Quien no ha gustado el perdón entrañable, corre el riesgo de vivir «sin entrañas» como el siervo de la parábola, endureciendo cada vez más sus exigencias y reivindicaciones y negando a todos la ternura y el perdón.
Hemos creído que todo se podía lograr endureciendo las luchas, despertando la agresividad social y potenciando el resentimiento de las gentes.
Hemos expulsado de entre nosotros el perdón y la mutua comprensión como algo inútil, propio de personas débiles y resignadas. Nos estamos acostumbrado a una espiral de represalias, revanchas y venganzas.
Ya hemos logrado vivir «estrangulándonos» unos a otros y gritándonos todos mutuamente: «Págame lo que me debes». Sólo que no está nada claro que este camino haya de llevarnos a una convivencia más justa y a unas relaciones más cálidas y más humanas.
 


 Pedro se acerca a Jesús. Como en otras ocasiones, lo hace representando al grupo de seguidores: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?, ¿hasta siete veces?». Su pregunta no es mezquina, sino enormemente generosa. Le ha escuchado a Jesús sus parábolas sobre la misericordia de Dios. Conoce su capacidad de comprender, disculpar y perdonar. También él está dispuesto a perdonar «muchas veces», pero ¿no hay un límite?
La respuesta de Jesús es contundente: «No te digo siete veces, sino hasta setenta veces siete»: has de perdonar siempre, en todo momento, de manera incondicional. A lo largo de los siglos se ha querido rebajar lo dicho por Jesús: «perdonar siempre, es perjudicial»: «da alicientes al ofensor» «hay que exigirle primero arrepentimiento». Todo esto parece muy razonable, pero oculta y deja irreconocible lo que pensaba y vivía Jesús.
Hay que volver a él. En su Iglesia hacen falta hombres y mujeres que estén dispuestos a perdonar como él, introduciendo entre nosotros su gesto de perdón en toda su gratuidad y grandeza. Es lo que mejor hace brillar en la Iglesia el rostro de Cristo.

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