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ATALAYA

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lunes, 5 de septiembre de 2011

Ha muerto Jesús Silva, fundador de la Ciudad y del Circo de los Muchachos

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(ATRIO)

Me acabo de enterar de la noticia y, aunque la esperaba en cualquier momento, me ha impresionado y ha hecho surgir en mí infinidad de recuerdos y sentimientos. Dejo para las noticias de prensa que recojo al final los detalles de su vida y de su muerte. Yo voy a escribir sobre él desde mis recuerdos y mi cariño.
Coincidimos de niños en Comillas en 1945. Como a los dos nos gustaba el circo, empezamos durante los recreos metiéndonos en personajes de payasos que habíamos visto y acabamos montando un número de payasos que reinventábamos cada vez con los mismos personajes en las fiestas más importantes del Seminario y de la Universidad. El serio,el  de la cara blanca, era Antonio Morales Jorreto, gran hombre luchador por la justicia y hoy padre de familia jubilado en Málaga, a quien también le doy el pésame. Jesús era el pillo de los zapatones que daba sonoros bofetones al niño vestido de marinerito y con el pelo de esparto que era yo.  A veces íbamos a los pueblecitos cercanos donde los mayores hacían catecismo. Ahí oí el más bonito elogio de una mujer cuando nos desplazábamos de un pueblo a otro vestidos de payasos: “¡Bendita la madre que os parió!”.
Años más tarde, en una visita a Valencia con su circo, le invité a comer en casa y  le dijo a mis padrea: “¡Qué pena! Este Antonio, que podía haber sido un gran payaso, se ha conformado con llegar a ser un vicario episcopal…”. Después le acompañé al circo y pasé toda la tarde con él. Todos acudían a él para resolver toda clase de problemas importantísimos, burocráticos o técnicos. ¡Qué compleja es esa aventura de montar una carpa y un espectáculo en una ciudad con más de cincuenta personas acampadas alrededor! Pero cuando a él acudía un muchacho medio llorando con un problema, todos sabían que debían hacer cola a la puerta de su roulot sin llamar siquiera. Nada era más importante para Silva que aquella personilla. Y. cuando por fin se acabó la sesión, todos habían cenado y se habías acostado, ya de madrugada, me dijo: “Antonio, ¿me acompañas a la capilla?”. Y allí, de rodillas, agotado por el trabajo del día, arrugado como el Padre Nieto, hacía su hora de oración ante el sagrario. “Es mi alimento. Sin esto no podría irme a la cama ni tendría fuerzas para emprender de nuevo mañana la tarea”.
Nos volvimos a encontrar otra vez en Madrid también en el circo. Habían pasado muchos años. Yo me había casado. Él continuaba lo mismo a pesar de los problemas. Hablaba de sus “fundaciones” en Latinoamérica. Se indignaba con la estructura capitalista de este mundo, una fábrica de acer marginados y de matar niños. También se indignaba con los obispos de nuestra iglesia que no se enteran. Nunca me han apoyado lo más mínimo. Y, sin embargo, cuando me muera, sacarán pecho y dirán: “Ved un ejemplo en el Padre Silva de las grandes obras de amor a los marginados que hace la Iglesia”.
Éramos diferentes de mentalidad ya a nuestros veinte años, cuando yo me fui de Comillas y tuvisteis que encontrar a otro para sustituirme en el grupo de payasos. Nuestras vidas han sido muy diferentes. Pero han tenido una raíz común que nos ha unido: el seguimiento de Jesús de Nazaret, cada uno a nuestra manera. Lo único que a mí me sale ahora es decirle: Suso, has vivido una maravillosa vida, entregada y generosa. Ahora todo está consumado, y lo que te está reservada es la gloria de tu encuentro con Jesús para siempre.
Y estas son las noticias, con más detalles sobre la vida y muerte de Jesús César Silva Méndez:

Ramona: muerte digna


Ramona: muerte digna
Gonzalo Revilla

Ramona Estévez se muere en un hospital de Huelva. Tiene 91 años, un derrame cerebral, y se le ha retirado, por deseo de su hijo, la sonda nasogástrica en cumplimiento de la Ley de Muerte Digna. Lo lógico hubiera sido que Ramona abandonara este mundo en paz, sin más aspavientos. Pero por desgracia hemos montado alrededor de su muerte un debate crispado, absurdo, moralizante… y así le estamos arrebatando la dignidad que deseaba.
¿Qué nos ocurre con la muerte? ¿Tan extraño nos parece que con 90 años una mujer se nos muera? ¿Pretendemos tenerla sondada, en coma vegetativo, encamada, sólo para que nuestras convicciones morales sobre la vida y la muerte tengan sentido? Es una locura. Se que el debate está abierto en la sociedad. Se que el debate está abierto en la Iglesia. Pero no me parece lógico que ese debate se haga sobre el lecho de muerte de una anciana, arremetiendo con crueldad contra la familia, enarbolando la moral como un maza…
La Iglesia, como institución, se ha atricherado en posiciones absurdas. Me consta que al interior de la misma Iglesia hay un debate más sereno y más sensato, más científico. Y me consta que muchos creyentes no pueden entender ni asumir este dogmatismo cerril y arrollador. Pero lo cierto es que la posición “oficial” de la Iglesia causa perplejidad, rabia y dolor. Y esa no puede ser la Iglesia de Jesús. Un persona se muere, unos familiares han tomado la dolorosa decisión de no prolongar inútilmente su vida, de no sumarle sufrimiento estéril. Y lo único que se nos ocurre, como Iglesia, es levantar una polvareda doctrinal, y soliviantar innecesariamente a los sectores más reaccionarios de este país, deseosos de encontrar una causa con la que rellenar su periódicos y sus tertulias.
Ramona Estévez se muere en un hospital de Huelva. Lo lógico hubiera sido dejarla morir en paz. Acompañar a sus familiares. Entender la muerte como parte de la vida. Serenar. Mirar al cielo con esperanza. Pero no: la moral se convirtió, una vez más, en una pasada losa.
Por mi parte: todo mi apoyo para la familia de Ramona, como creyente, como ciudadano, como ser humano. Y el deseo de que no se vuelvan a repetir estos lamentables espectáculos mediáticos sobre el lecho de un moribundo

FEDE MERINO:la noche de san juan

FEDE MERINO:LOS JUEGOS DEL AGUA. Carta a Nahia