FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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COLEGIO SALESIANO - SALESIAR IKASTETXEA

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ATALAYA

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sábado, 3 de septiembre de 2011

Educar para celebrar la vida y la Tierra


 Dada la crisis generalizada que vivimos actualmente, todas las educaciones deben incluir el cuidado de todo lo que existe y vive. Sin el cuidado, no garantizaremos una sostenibilidad que permita al planeta mantener su vitalidad, los ecosistemas, su equilibrio, y nuestra civilización, su futuro. Nos educan para el pensamiento crítico y creativo, para tener una profesión y un buen nivel de vida, pero nos olvidamos de educar en la responsabilidad y en el cuidado del futuro común de la Tierra y de la Humanidad. Una educación que no incluya el cuidado demuestra ser alienada e irresponsable. Los analistas más serios de la huella ecológica de la Tierra nos advierten que, si no cuidamos, podemos conocer catástrofes peores que las vividas este año de 2011 en Brasil y en Japón. Para mantenerse, la Tierra podrá, tal vez, tener que reducir su biosfera, eliminando especies y millones de seres humanos.
Entre tantas excelencias propias del concepto de cuidado, quiero hacer hincapié en dos que interesan a la nueva educación: la integración del globo terrestre en nuestro imaginario cotidiano y el encantamiento por el misterio de la existencia. Cuando contemplamos el planeta Tierra desde el espacio exterior, surge en nosotros un sentimiento de reverencia al ver nuestra única Casa Común. Somos inseparables de la Tierra, formamos un todo con ella. Sentimos que debemos amarla y cuidarla para que nos pueda ofrecer todo lo que necesitamos para seguir viviendo.

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Carta a un obispo


ESTIBALIZ GARRIDO DORRONSOR



Lunes 29 de agosto de 2011
Publicado en alandar nº280

Querido Sr. Rouco:
Qué pena que, de nuevo, desaprovechen la oportunidad que la historia nos brinda a todos los hombres y mujeres de caminar juntos, de la mano. Una vez más se pone usted por encima, creyendo que dan en la clave del problema; y, no contento con esto, creen que la mejor opción es darnos la solución. Pues no, muy señor mío, se equivoca o, como a usted le gusta decir, peca de ignorancia o prepotencia.
Los que estamos en la calle no necesitamos que usted nos dé la solución, es más, no queremos que nadie nos solucione nada. Queremos buscar soluciones entre todos y todas, por eso participamos en las asambleas que ya se están reuniendo en los barrios.
Queremos charlar como si nada -como dice Eduardo Galeano- encontrarnos, proponer, debatir, sentir, mirarnos y caminar juntos hacia un mundo más justo, más humano, donde todos y todas contemos.
¿No será que a usted le da miedo? ¿No será que a los miembros de la Iglesia les asusta este movimiento? Por sus declaraciones me inclino a pensar que sí, que esto no va mucho con ustedes. Les van más otro tipo de concentraciones.
De entrada, este sábado había más gente en las asambleas de barrios que en muchas de sus parroquias; más jóvenes, adultos y niños en la calle que en las catequesis.
Ya sé que seguramente no nos tenga en muy alta estima, porque a usted y a sus amigos y amigas de trajes largos les gustan más las familias, jóvenes, adultos, que no debaten, que no plantean disonancias. Les gusta la gente que se cree sin rechistar todo lo que salga de su boca, los tranquilos, los mansos, los que utilizan el Evangelio en su beneficio para oponerse a cualquier cambio, aunque para eso pisoteen a mucha gente.
Usted y lo que usted representa huelen a podrido desde hace tiempo. Ya sé que no se dan cuenta, porque se han acostumbrado a olor.
Jesús de Nazaret fue un repudiado, asesinado por revolucionario. Recuerden esto y rece usted un poquito más.

REUNIRSE EN EL NOMBRE DE JESÚS


«Donde están dos o tres reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos». 
La mejor manera de hacer presente a Cristo en su Iglesia es mantenernos unidos actuando «en su nombre» y movidos por su Espíritu. La Iglesia no necesita tanto de nuestras confesiones de amor o nuestras críticas cuanto de nuestro compromiso real. No son pocas las preguntas que nos podemos hacer.
¿Qué hago yo por crear un clima de conversión colectiva en el seno de esta Iglesia siempre necesitada de renovación y transformación? ¿Cómo sería la Iglesia si todos vivieran la adhesión a Cristo más o menos como la vivo yo? ¿Sería más o menos fiel a Jesús?
¿Qué aporto yo de espíritu, verdad y autenticidad en esta Iglesia tan necesitada de radicalidad evangélica para ofrecer un testimonio creíble de Jesús en medio de una sociedad indiferente y descreída?
¿Cómo contribuyo con mi vida a edificar una Iglesia más cercana a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, que sepa no sólo enseñar, predicar y exhortar, sino, sobre todo, acoger, escuchar y acompañar a quienes viven perdidos, sin conocer el amor ni la amistad?
¿Qué aporto yo para construir una Iglesia samaritana, de corazón grande y compasivo, capaz de olvidarse de sus propios intereses, para vivir volcada sobre los grandes problemas de la humanidad?
¿Qué hago yo para que la Iglesia se libere de miedos y servidumbres que la paralizan y atan al pasado, y se deje penetrar y vivificar por la frescura y la creatividad que nace del evangelio de Jesús?
¿Qué aporto yo en estos momentos para que la Iglesia aprenda a «vivir en minoría», sin grandes pretensiones sociales, sino de manera humilde, como «levadura» oculta, «sal» transformadora, pequeña «semilla de mostaza» dispuesta a morir para dar vida?
¿Qué hago yo por una Iglesia más alegre y esperanzada, más libre y comprensiva, más transparente y fraterna, más creyente y más creíble, más de Dios y menos del mundo, más de Jesús y menos de nuestros intereses y ambiciones? La Iglesia cambia cuando cambiamos nosotros, se convierte cuando nosotros nos convertimos.
¿Cómo es posible que la reunión dominical se vaya perdiendo como si no pasara nada? ¿No es la Eucaristía el centro del cristianismo? ¿Cómo es que la Jerarquía prefiera no plantearse nada, no cambiar nada? ¿Cómo es que los cristianos permanecemos callados? ¿Por qué tanta pasividad y falta de reacción? ¿Dónde suscitará el Espíritu encuentros de dos o tres que nos enseñen a reunirnos en el nombre de Jesús? LEER MÁS

ADHESIÓN DE UN JESUITA A JOSÉ Mª CASTILLO



Evangelizar sin cesar

ESTEBAN VELÁZQUEZ GUERRA
Lunes 29 de agosto de 2011
Publicado en alandar nº280

Prefiero que la amistad me traicione en la objetividad con que me acerco a la realidad a que yo traicione la amistad no posicionándome ante la realidad, cuando esa amistad y el análisis más objetivo posible de esa realidad así lo requieran. Prefiero que las palabras agradecidas pequen de excesivas a pecar con un silencio difícilmente explicable ante un agradecimiento claramente justificado y justo.
Precisamente por ser jesuita más me impulsa mi mundo interior a que mi agradecimiento sea público, dado el pasado de José Mª Castillo, Pepe, en la Compañía en la que entregó a Dios y a la sociedad, con la intensidad que todos conocemos, la gran mayoría de los años de su vida. Y dada, también, la conflictividad institucional que supusieron no pocos de los últimos años de su vida en la Compañía. Ningún posicionamiento sobre ese conflicto es, a mi juicio, razón suficiente para olvidar su entrega total a la Compañía y, desde la Compañía, a Dios, a la iglesia y a la sociedad, de la forma que él consideró más honesta. Entrega total que sigue testimoniando hoy en su nuevo modo de vida. Ni sería razón para no sumarse a otros públicos reconocimientos.
A todo esto se añade el motivo de que este reconocimiento público universitario es una magnifica ocasión para expresar, también públicamente, mi agradecimiento a Pepe por lo mucho que recibí de él como jesuita, tanto en su etapa de acompañante espiritual en mis primeros años de formación, como en su etapa de profesor de los que entonces cursábamos los años de teología, como en los años posteriores a mi ordenación como presbítero cuando nos tratamos como compañeros de camino y como amigos.
He constatado que muchos (jesuitas, ex jesuitas y no jesuitas) consideramos que, gracias a la formación y el testimonio que recibimos de Pepe y de otros formadores y testigos, se evitó en el inmediato postconcilio -y aún se evita hoy- un divorcio, aún mayor del que hubo y hay, entre las inquietudes, la sensibilidad, los sueños y las legitimas rebeldías que creemos sentir en virtud de nuestra fe en Jesús de Nazaret y lo que nos ofrecían y ofrecen no pocas veces los estrechos moldes que se nos brindan en la Iglesia (los jesuitas tampoco estamos exentos, en algunas ocasiones, de esta estrechez, como tampoco lo hemos estado en otras de exceso de apertura). Sinceramente pienso que él y tantos otros más con una coherencia similar, no solo no fueron motivo para distanciarnos de la Iglesia y la Compañía sino que, por el contrario, ellos son de los pocos que nos daban motivos válidos para seguir en la Iglesia y en la Compañía, sin renunciar a lo que de sano hay en nuestras inquietudes. Por supuesto, respeto a los que piensan de otra amanera. Debe ser normal en una Iglesia fraternal y con sano pluralismo.
En todo caso, sea cual sea la valoración de cada uno del papel jugado por Pepe, tanto en sus años en la Compañía como en su salida de la misma, esta valoración no anula ni disminuye, desde mi punto de vista, el sentido humano y, de alguna manera, también ético, de sumarnos como jesuitas, al público reconocimiento de sus méritos y al hecho de que se haya dado en España el primer doctorado honoris causa de un teólogo español por parte de una universidad civil.
Le deseo de todo corazón a Pepe que disfrute de este reconocimiento, más que merecido, que expresa, además de todo lo que llevo dicho en este artículo, el hecho de que ha sido uno de los artífices principales en España del diálogo fructífero entre la sociedad civil y la Iglesia, entre la ciencia (especialmente filosófica y social ) y la teología, entre la fe y la cultura, entre el cristianismo y el ansia de justicia de muchos sectores en la sociedad.
Su humanismo cristiano, contando con las limitaciones que todos los humanos tenemos, ha sido una ayuda impagable a nuestra propia humanización y cristificación, a la vez que una ayuda también impagable a la presentación a la sociedad contemporánea de esa humanización de Dios de la que hablan sus libros. Pepe debe esta muy alegre y satisfecho, no tanto por el reconocimiento público de sus méritos sino, sobre todo, porque ha evangelizado sin cesar, sin proselitismo pero tampoco sin complejo de inferioridad con respecto a su fe cristiana y porque la sociedad ha visto en ello no solo un servicio a esa fe sino un servicio a la sociedad misma, a la cultura y a la promoción de la justicia. Enhorabuena, amigo.